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Las academias: ¿limpian, fijan y dan esplendor?

Alguna vez te has preguntado  ¿para qué sirven las academias? ¿Cuál es su utilidad y su razón de existir?

¿Por qué muchos hispanohablantes —llámese colombianos, mexicanos, peruanos o cubanos— nos seguimos rigiendo por los cambios ortográficos o de uso del español que hacen las academias? ¿Hay academias en todas las lenguas? Y en las lenguas donde no las hay, ¿qué pasa?

Voy a seguir escribiendo como me apetezca. Algunos se han quejado de que en lugar de espurio escribo espúreo, una fórmula que hace años no acepta la RAE. A mí, me parece más auténtico.

Javier Marías

La gran, gran, gran mayoría de las lenguas no tienen alguna academia que las rija. Varias cuentan con institutos o comités que las regularizan —algunos de éstos son públicos y otros son privados, con recursos provenientes de diversas fuentes—, que dictan las reglas ortográficas o que elaboran las gramáticas y diccionarios, pero el resto de las 6 mil lenguas que se hablan en el mundo no; en esas lenguas la gente habla y si hay suerte, se consigna su habla en gramáticas o diccionarios.
Suelen expandirse como se expanden las lenguas en general —con préstamos y neologismos—, y las reglas gramaticales se dan por el uso, además de que pueden ser divulgadas por las autoridades, ya sean educativas, académicas o universitarias.

Conoce: Los fueros de los hablantes

Las que cuentan con organismos regidores son muy pocas y no todos éstos son prescriptivos como la Real Academia Española —RAE—; muchos de ellos sólo consignan y difunden la norma, es decir, no todos tratan de «limpiar, fijar y dar esplendor», simplemente porque a la lengua no se le puede ni limpiar, ni dar más esplendor que el que de por sí ya tiene —por ser un sistema perfecto que con más o menos 22 fonemas nos permite comunicar casi todo—, y mucho menos se le puede fijar porque lo único constante en la lengua es el cambio.

El problema está en la concepción lingüística de las academias —que tiene tanto el francés como el español— y que de una manera u otra regulan la lengua y hacen los diccionarios.

Como bien lo dice Luis Fernando Lara en el libro El dardo en la Academia1 Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.). El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española. Barcelona: Melusina, 2011.:«Las academias causan más perjuicios que beneficios, ya que se trata de instituciones más prescriptivas y normalizadoras que lingüísticas y científicas. ¿Cómo es posible —se pregunta— que una institución semipública, con una producción menos abundante de lo que aparenta y mucho menos consistente, actualizada y disponible de lo que es exigible, puede haber llegado a ejercer una influencia social sostenida sobre los hablantes de español de ambos lados del Atlántico?».

Y es que la historia es larga y vale la pena empezar por el principio.
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Dónde empezó todo

Lo que comenzó como una reunión extraoficial de literatos patrocinada por el cardenal Richelieu —en la que se hacían mesas redondas de crítica literaria y gramática—, se convirtió en la Academia Francesa en 1634, con los estatutos y reglamentos pretendidos por el cardenal, junto con el entonces rey Luis XIII.

Desde su origen, la misión que le fue asignada a la academia fue la de «fijar» la lengua francesa, darle unas normas y hacerla más «pura» y comprensible para todos, cosa que en ese entonces se veía posible.

La primera edición del Diccionario de la Academia Francesa fue publicado en 1694. Como vemos, era como un club de Toby en el que sólo había cuarenta sillones que Luis XIV mandó a hacer —ni uno más, ni uno menos—, y que han sido ocupados más por escritores que por lingüistas, como: Descartes, Molière, Pascal, Rousseau, Diderot, Beaumarchais, Chénier, Balzac, Dumas, Flaubert, Stendhal, Nerval, Maupassant, Baudelaire, Zolá, Proust, Gide, Camus, entre muchos otros.

Por su parte, la Real Academia Española se creó, basada en la francesa, en Madrid, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, en 1714. Él fue también su primer director, y quedó aprobada oficialmente por el rey Felipe v; además, tenía como objetivo esencial la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, «el más copioso que pudiera hacerse».

Está por demás decir que las academias son instituciones muy sexistas. La primera mujer que entró en la RAE fue Carmen Conde, hasta 1978, mientras que en la Academia Francesa fue Marguerite Yourcenar, en 1980.
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Asimismo, el español, como sabemos, es la tercera lengua más hablada del mundo, con cerca de 440 millones de hablantes, de los cuales al menos la cuarta parte son usuarios de español mexicano. Esto nos da a los mexicanos sólo un derecho, el de la mayoría —si existiese, si éste valiera y si no fuésemos tan malinchistas—, y como tal nos otorga cierta autoridad para dictar nuestras propias normas, las que nos hacen entendernos en una nación tan relevante como la nuestra.

Debemos dejar en claro que las academias no tienen ningún carácter oficial, simplemente porque la lengua no puede ser oficial por decreto. Para conocer del tema por completo lee este artículo en nuestro libro De pura lengua: reflexiones sobre la lengua, nosotros y el mundo.

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