¡Llamad a las plañideras,
que vengan!
¡Mandad por las más expertas,
que vengan!
¡Que lleguen pronto y entonen
una lamentación por nosotros!
Jeremías 9, 16-18, Antiguo Testamento
En el antiguo Egipto, ser plañidera era una profesión que pasaba de madres a hijas. Eran llamadas yerit y su función era dar rienda suelta al dolor que los deudos debían de guardar por dignidad, ya que tenían prohibido llorar en público. Las yerit iban vestidas de túnicas azuladas, con los pechos descubiertos, el cabello suelto y los brazos en alto como signo de duelo y desesperación.
Las mujeres que cobraban por llorar también fueron parte de la antigua civilización griega. En la tragedia Las Coéforas, de Esquilo (458 a.C.), en la parte de la trilogía La Orestiada, aparecen plañideras en el entierro de Agamenón, acompañando a Electra, la hija del muerto:
¿Qué cosa veo? ¿Qué cortejo de mujeres con negros velos es ese que avanza? ¿A qué desgracia asignarlo? ¿Acaso un nuevo sufrimiento se cierne sobre el palacio? ¿O acierto suponiendo que llevan a mi padre las libaciones que apaciguan a los muertos?
Esquilo, Las Coéforas
Los romanos continuaron con la costumbre griega, pero la llevaron a sus últimas consecuencias: las plañideras incluso se arrancaban los cabellos y se arañaban la cara. Las llamaban praeficas y su cantidad indicaba estatus social: mientras más lloronas había en el funeral, más importante era el muerto. También usaron los lacrimatorios, que eran vasos donde los deudos y las plañideras guardaban sus lágrimas para enterrarlas junto con los restos mortuorios para honrar al difunto. Estos «guarda lágrimas» fueron desapareciendo con el tiempo y se pondrían de moda nuevamente en la Inglaterra victoriana.
Por otra parte, en la tradición cristiana se creía que la práctica de contratar plañideras le facilitaba a quien moría la entrada al cielo. En el Libro de Jeremías, del Antiguo Testamento, Yahvé solicita la intervención de mujeres que lloren por el pueblo de Israel.
Las plañideras —del latín plangere «golpearse en señal de dolor, lamentarse»— son, entonces, las abanderadas de los dolientes, las actrices trágicas que llevan al cortejo fúnebre a la catarsis y con ello le dan la categoría de ritual al proceso de despedir a una persona para siempre.
En algunas regiones del mundo sobrevive esta tradición; en otras se les recuerda de manera teatral: un concurso anual en el estado de Querétaro para ver quién sufre más bonito. Finalmente, el término sobrevive en nuestros tiempos no para referirse a una persona que recibe dinero por lamentarse, sino a todo aquel que es llorón de nacimiento.
En Algarabía 110, podrás conocer sobre esta tradición y mucho más sobre la muerte.
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Fuentes:
José Carlos Castañeda Reyes, Señoras y esclavas. El papel de la mujer en la historia social del Egipto antiguo; México: El Colegio de México, 2008.
Esquilo, Las Coéforas; consultado en http://www.esquilo.org/las_coeforas.asp
Eulalio Ferrer, El lenguaje de la inmortalidad. Pompas fúnebres; México: fce, 2003.
Gabriela Frota Reinaldo, «Las plañideras, el encantamiento y el doble». Consultado en http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero28/planider.html