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«Gracias por el ruido de fondo»

«Gracias por el ruido de fondo» Empezando con el mito aquel de que oír a Mozart hace a los bebés más inteligentes, te contamos más...
«Gracias por el ruido de fondo»

«Gracias por el ruido de fondo» Así decía una canción de Miguel Ríos, hablando de la música y de todo lo que nos da, nos quita, nos evoca y nos hace recordar; de todo lo que representa
 en las vidas de quienes no podemos vivir sin ella como soundtrack de nuestra vida. Una canción, una letra o simplemente un acorde nos puede transportar en el tiempo y el espacio a momentos vividos o a lugares olvidados en un dos por tres; por eso la música es el arte por antonomasia, el arte per se, el más abstracto, el más inasible, el más etéreo y a la vez, sin duda, el más poderoso; por eso la música —como diría Sanz— «no se toca».

Algarabía 119 se nutre de música, y sólo de música, con un especial que seguramente a todos los melómanos en acto o en potencia les va a encantar. Empezando con el mito aquel de que oír a Mozart hace a los bebés más inteligentes, junto con una semblanza del último de los clásicos y el primero de los románticos: el gran Ludwig van Beethoven; y otra más del gran flaco, majadero, de oro: Agustín Lara.

Hay en este número puros y asombrosos números sobre la industria musical; un flashback a un hoyo musical muy sui generis del sur de la Ciudad de México: el Hip 70; una explicación muy clara de la música pentáfona y de la bien temperada; una historia por demás pintoresca de la radio en México; una lista de los instrumentos del almacén Leverkühn en Dr. Faustus, salida de la pluma del genio Thomas Mann. Además, un mapa muy minucioso de la orquesta; un recorrido por las obras literarias más famosas que se han adaptado al teatro musical y una visita al festival de la Isla de Wight.

Juan Arturo Brennan se lamenta de lo que él llama «confusionismo» musical, y su lamento va acompañado de un glosario muy completo al respecto; yo me superburlo de la manera de clasificar la música del iTunes y añoro los años en los que cada canción tenía un valor intrínseco —igual que los cassettes en los que las grabábamos—, para terminar presentándoles a los que son para nuestros lectores los diez intérpretes más populares del desamor y la ardidez.
Hacemos también un recorrido por nuestra educación musical básica —con flauta Yamaha y anécdotas incluidas—, y terminamos con algunas frases venenosas de lo que algunos músicos pensaban de otros.

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