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La maldición del último templario

¡Ay, hijos de mi alma, estoy aterrada! Ayer, después de una espantosa agonía, según dicen, murió el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso

¡Ay, hijos de mi alma, estoy aterrada! Ayer, después de una espantosa agonía, según dicen, murió el rey de Francia, Felipe iv el Hermoso —no confundir con el otro Felipe el Hermoso, que ése es de otros tiempos y de otra tierra; Castilla, para ser precisos—.

París, Francia, 30 de noviembre de 1314

Pues, queridos, el rey andaba de cacería, muy contento, cuando de pronto, chocó con una rama y al suelo fue a dar. El trancazo le provocó convulsiones y tremendos dolores que, en unas cuantas horas, lo llevaron a la tumba.
Ustedes dirán que pobre hombre, pero lo cierto es que entre los apodos de este monarca —además de «el Hermoso», que sí lo era— está el de «Rey de Hierro», debido a sus rígidas y estrictas decisiones. Una de ellas fue acabar con la orden de los Caballeros Templarios, quienes, tras pelear en las Cruzadas, estaban enriquecidos, habiéndose convertido en los banqueros más poderosos de Europa. Entre sus deudores estaba el monarca, quien vio la forma de eludir sus pagos forzando al papa Clemente v a acabar con la Orden.
Pues les tendieron una trampa a los templarios, y, un otoñal día de 1307, los detuvieron a todos, empezando por su jefe, el gran maestre Jacques de Molay. Los acusaron de ser gays —en esta época, ser homosexual es un crimen y un pecado mortal—, de adorar la cabeza de una deidad demoniaca llamada Baphomet y de muchas cosas más, una más terrible que la otra por ejemplo, ¡que le escupían a la cruz y renegaban del mismísimo Jesucristo!
El caso es que los torturaron y los hicieron confesar todo lo que acabo de contarles. Por último —después de un proceso que duró años—, los quemaron vivos en leña verde. El último en ser tatemado fue, precisamente, de Molay, quien, frente a la catedral de Notre Dame y viendo que ya le estaban prendiendo la mecha, pronunció unas terribles palabras que sobrecogieron a todos los presentes:
«Clemente, y tú también, Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios! A ti, Clemente, antes de 40 días, y a ti, Felipe, dentro de este año».
El papa Clemente tembló ante esta maldición —dicen que nunca fue precisamente un valiente—, mientras que «el Hermoso» prefirió no hacerle caso, tomándola por una consecuencia de la ardidez —literal— del último templario. Pero ¿qué creen, chicos? Pues que Clemente se murió ¡un mes después que de Molay! O sea, antes de 40 días, como lo anunció el templario.
Y ahora, antes de acabarse el año, se nos muere el monarca. Al parecer, de Molay no era tan hereje como pensaban, sino que gozaba en exceso del favor divino… ¿o sería el Baphomet? ¡Ay, nanita! Yo mejor me voy a buscar historias a otro lado, no sea que me toque, de pasadita, un cacho de esta espantosa maldición.
Au revoir!

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