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Muertes en Venecia

Una novela de lucha interna entre lo deseado y lo prohibido

Venecia, la bella equívoca y lisonjera, la ciudad mitad fábula y mitad trampa de forasteros, cuya atmósfera corrupta fue testigo, en otros tiempos, de una lujuriante floración artística, e inspiró a más de un compositor melodías lascivamente arrulladoras.

Thomas Mann, La muerte en Venecia

N

o sorprende que la metáfora central de la novelilla La muerte en Venecia, que vio la luz en 1912, del Nobel alemán Thomas Mann, haya llamado la atención de otros tantos genios, formando todo un cúmulo de artistas en torno a esta obra.

En efecto, Der Tod in Venedig narra la historia de un escritor de mediana edad, Gustav von Aschenbach, que ha ido a Venecia en busca de inspiración luego de un prolongado bloqueo creativo. En el hotel se topa con un adolescente polaco, Tadzio, de belleza extraordinaria, a quien admira a la distancia y que le obsesiona platónicamente. Revigorizado tanto por la culpa de reconocer sus deseos como por lo hilarante y lo novedoso del encuentro, el escritor Von Aschenbach/Mann reflexiona sobre la naturaleza del Arte y de la Belleza, en medio de una Venecia de ensueño, tornada fantasía primero y pesadilla después, cuando una epidemia de cólera se cierne sobre la ciudad, segando al final la vida del artista.

Muertes en Venecia (1971)

En 1971, Luchino Visconti —esteta donde los haya habido— llevó al cine esta historia, con Dirk Bogarde en el papel principal —que pasa a ser compositor en vez de escritor—, Björn Andrésen como el efebo y la sex symbol Silvana Mangano en un breve cameo como la madre de Tadzio. Audazmente, el aristócrata realizador italiano transformó la novela, casi ensayística por sus monólogos, en una meditación silente, donde Venecia —gracias a la espectacular cinematografía de Pasqualino de Santis— surge como un tercer personaje principal y donde la energía sexual reprimida en el libro rezuma —siempre con gran elegancia— en la pantalla, gracias a las miradas de los actores y a la música de Gustav Mahler —el inmortal Adagietto de su fúnebre y sensual 5ª Sinfonía.
El compositor inglés Benjamin Britten le puso música a la historia de Mann, en un libreto de Myfanwy Piper, mas su estreno hubo de esperar las negociaciones con Warner Brothers, que distribuía la película. No fue sino hasta el 16 de junio de 1973 cuando tuvo lugar la primera función, en Snape Maltings, cerca de Aldeburgh, de esta inclasificable ópera, que es un gran monólogo interior para tenor —papel compuesto ex professo para la pareja de toda la vida de Britten, el cantante Peter Pears— y un bailarín —Tadzio— acompañado de un gamelán. La ópera fue, posteriormente, grabada como película por el director Tony Palmer, en 1981.

Benjamin Britten

Pese a sus críticos a lo largo de todo el siglo, esta Lolita homoerótica ha seguido inspirando nuevas obras: el ballet de John Neumeir (2003) o la novela La muerte de Tadzio (2000) del español Luisgé Martín, en la que el efebo, ahora hombre, recuerda la inspiración que alguna vez suscitó —metáfora, a su vez, de la inspiración de Mann a tantos otros.

Muertes en Venecia (1971)

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