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El hábito sí hace al monje: personajes pintorescos de la Ciudad de México

El hábito sí hace al monje: personajes pintorescos de la Ciudad de México

Nuestra ciudad de México se vería triste y solitaria sin su gente; sobre todo, sin esos personajes que hacen de ella un sitio único, que la dotan de una personalidad propia. Sin duda, son muchas las personas que adornan el paisaje citadino con apariencias y comportamientos sui géneris, pero aquí sólo caben unas cuantas. Hoy pocos las recuerdan, pero en sus épocas estuvieron en boca de toda la sociedad.

En el aire

Don Joaquín de la Cantolla y Rico nace en la Ciudad de México en 1829; es casi un niño héroe, pues participa en la defensa del Castillo de Chapultepec durante la intervención estadounidense; un accidente lo retira del servicio militar y aprende el oficio de telegrafista. Ni la milicia ni el telégrafo le interesan: su pasión es volar. Con su salario construye sus propios globos aerostáticos —que suele quemarle un hermano medio loco que vive con él—.
El 26 de junio de 1863, don Joaquín practica su primera ascensión en globo, en la Plaza de Toros del Paseo Nuevo —actual cruce de Avenida Juárez y Reforma—, donde se reúne una multitud para admirar el acontecimiento. El héroe del día —flaco, alto, bigotón, de nariz aguileña y prematuramente calvo— llega a caballo y vestido de charro, parece una tachuela con la punta muy larga.
La ascensión en el Moctezuma I es un éxito, Cantolla y sus globos se vuelven célebres, parte del paisaje citadino hasta 1914, cuando don Joaquín muere de un susto tras ser atacado por zapatistas durante un vuelo.

Desprevenido

Dicen que nace en 1883, deserta de las filas del ejército porfirista en 1900 y decide entonces dedicarse al pillaje. Su nombre es José de Jesús Negrete Medina, pero desde que asesina a dos gendarmes le empiezan a llamar el Tigre de Santa Julia. Se hace leyenda: algunos dicen que es un vulgar forajido, otros que es mujeriego irredento y no falta quien lo califica como el Robin Hood citadino, por repartir lo que roba entre los pobres.
Lo cierto es que se convierte en el más buscado por las autoridades hasta que en 1905 es detenido y llevado a la cárcel de Belén. De ahí escapa, pero no por mucho tiempo.
Lo apresan en Puerto Pinto, Tacubaya, a donde lo han ido a cazar, pues sabían que visitaba con frecuencia a su amante, Guadalupe Guerrero. Lo toman desprevenido, bajas las armas, cagando detrás de una nopalera. La leyenda se convierte en sabiduría popular: «Ora sí, te agarraron como al Tigre de Santa Julia».

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