Chicos Malos – Algarabía https://algarabia.com Algarabía Thu, 28 Dec 2023 13:56:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7.1 https://algarabia.com/wp-content/uploads/2021/06/favicon.png Chicos Malos – Algarabía https://algarabia.com 32 32 Crímenes Ejemplares https://algarabia.com/crimenes-ejemplares/ https://algarabia.com/crimenes-ejemplares/#respond Thu, 28 Dec 2023 13:55:58 +0000 https://algarabia.com/?p=58457 Crímenes; todos nos hemos preguntado qué motiva a una persona a cometer un asesinato, pero pocos han estado en posición de averiguarlo. Uno de los curiosos afortunados que llegó a saberlo —y vivió para contarlo— es Max Aub (1903-1972), un hombre y un escritor fuera de serie.

Nacido en París, hijo de padre alemán y madre judía, se crió desde pequeño en España. Apoyó a la República durante la Guerra Civil, por lo que se exilió en Francia de 1939 a 1942 y después en México., de quien presentamos una selección de esos motivos criminales.

«He aquí material de primera mano. Pasó de la boca al papel rozando el oído. Confesiones sin cuento: de plano, de canto, directas, sin más deseos que explicar el arrebato. Recogidas en España, en Francia y en México, a través de más de 20 años, no iba —ahora— a aderezarlas: razón de su vulgaridad. Hiciéronlas intentando, sin duda, ponerse a bien con Dios, huyendo del pecado.

Los hombres son como los hicieron y querer hacerlos responsables de lo que, de pronto, les empuja a salirse de sí, es orgullo que no comparto. Los años me han abierto a la comprensión. Desembuchan escuetamente las razones nada oscuras que los llevaron al crimen, sin otro motivo que dejarse arrastrar por su sentimiento. Ingenuamente dicen —a mi ver— verdades.

Por otra parte, se parecen. ¿A quién extrañará? Un siciliano, un albanés mata por lo mismo que un dinamarqués, un noruego o un guatemalteco. No digo que un norteamericano o un ruso, por no herir fuertes susceptibilidades. No hacen alarde, se quedan en lo que son. Se dan a conocer con llaneza.

Reconozco que, para hacerles hablar sin prejuicios, recurrimos —que no lo hice solo— a cierta droga hija de algunos hongos mexicanos, de la sierra de Oaxaca, para ser más preciso. Pero no publico sino lo que fui autorizado por quien podía hacerlo. No doy nombres, pero los tengo. “Da esfuerzo al corazón el vino”, se dice en una famosa novela española. […]

P. D. —En contra de lo que se pueda suponer, sólo dos confesiones vienen de boca de alienados. En general, los locos fueron decepcionantes. […] México, 1956».

Foto tomada por Kat Wilcox para Pexels.

– Lo maté porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

– Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo maté de verdad. Sin remedio.

– Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite.

– Estábamos en el borde de la acera, esperando el paso. Los automóviles se seguían a toda marcha, el uno tras el otro, pegados por sus luces. No tuve más que empujar un poquito. Llevábamos doce años de casados. No valía nada.

¿Usted no ha matado nunca a alguien, por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es divertido.

– Me quemó duro con su cigarrillo. Yo no digo que lo hiciera con mala intención. Pero el dolor es el mismo. Me quemó, me dolió, me cegué, lo maté. No tuve —yo tampoco— intención de hacerlo. Pero tenía aquella botella en la mano.

– Lo maté porque estaba seguro que nadie me veía.

– Soy maestro. Hace diez años que soy maestro de la escuela primaria de Tenancingo, Zacatecas. Han pasado muchos niños por los pupitres de mi escuela. Creo que soy un buen maestro. Lo creía hasta que salió aquel Panchito Contreras. No me hacía ningún caso, ni aprendía absolutamente nada: porque no quería. Ninguno de los castigos surtía efecto. Ni los morales, ni los corporales. Me miraba, insolente. Le rogué, le pegué. No hubo modo. Los demás niños empezaron a burlarse de mí. Perdí toda autoridad, el sueño, el apetito, hasta que un día no lo pude aguantar y, para que sirviera de precedente, lo colgué del árbol del patio.

Foto tomada por Martin Lopez para Pexels.

“Lo maté porque en vez de comer, rumiaba.”

– Salimos a cazar patos silvestres. Me agazapé en el tollo. ¿Qué me empujó a apuntar a ese hombre rechonchito y ridículo, con sombrero tirolés, con pluma y todo?

– Le pedí El excélsior y me trajo El popular. Solicité unos Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí una cerveza clara y me trajo una negra. La sangre y la cerveza, revueltas por el suelo, no son una buena combinación.

– Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga a hablar. Soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

“Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!”

– ¡Si el gol estaba hecho! No había más que empujar el balón, con el portero descolocado… ¡Y lo envió por encima del larguero! ¡Y aquel gol era decisivo! Les dábamos en todita la madre a esos chingones de la Nopalera. Si de la patada que le di se fue al otro mundo, que aprenda ahí a chutar como Dios manda.

– ¡Era safe, señor! Se lo digo por la salud de mi madrecita, que en gloria esté… Lo que pasa es que aquel ampayer la tenía tomada con nosotros. En mi vida he pegado un batazo con más ganas. Le volaron los sesos como atole con fresa…

– Había terminado la tarea, no crean que fue cosa fácilm ocho días para poner en limpio aquel plano. A la mañana siguiente eran las pruebas semestrales. Y aquel pendejo, que va, y viene a llenar su tiralíneas en mi botella de tinta china y la deja caer sobre mi plano… Fue natural: le planté el compás en el estómago.

– Yo había encargado mis tacos mucho antes que ese desgraciado. La mesera, meneando las nalgas como si nadie más que ella tuviera, se los trajo antes que a mí, sonriendo. La descristiané de un botellazo: yo había encargado mis tacos mucho antes que ese desgraciado, cojo y con acento del norte, para mayor INRI.

“De mí no se ríe nadie. Por lo menos ése ya no.”

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Foto tomada por Vijay Putra para Pexels.

– ¿Qué quieren? Estaba agachado. Me presentaba la popa de una manera tan ridícula, tan a mano, que no pude resistir la tentación de empujarle…

– No puedo tocar el terciopelo. Tengo alergia 
al terciopelo. Ahora mismo se me eriza la piel al nombrarlo. No sé por qué salió aquello en la conversación. Aquel hombre tan redicho no creía más que en la satisfacción de sus gustos. No sé de dónde sacó un trozo de aquel maldito terciopelo y empezó a restregármelo por los cachetes, por el cogote, por las narices. Fue lo último que hizo.

– Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga a hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, miré mi reloj seis veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es una atenuante muy de tenerse en cuenta.

– Era más inteligente que yo, más rico que yo, más desprendido que yo; era más alto que yo, más guapo, más listo: vestía mejor, hablaba mejor; si ustedes creen que no son eximentes, son tontos. Siempre pensé en la manera de deshacerme de él. Hice mal en envenenarlo: sufrió demasiado. Eso, lo siento. Yo quería que muriera de repente.

– Tenía un forúnculo muy feo, con la cabeza gorda, llena de pus. El médico aquél —el mío estaba de vacaciones— me dijo: —¡Bah! Eso no es nada. Un apretón y listo. Ni siquiera lo notará.


Le dije que si no quería darme una inyección para mitigar el dolor.

—No vale la pena —lo malo es que al lado había un bisturí. Al segundo apretujón se lo clavé. De abajo a arriba. Según los cánones.

– Ahí está lo malo: que ustedes creen que yo no le hice caso al alto. Y sí. Me paré. Cierto que nadie lo puede probar. Pero yo frené y el coche se detuvo. En seguida la luz verde se encendió y yo seguí. El policía pitó y yo no me detuve porque no podía creer que fuera por mí. Me alcanzó enseguida con su motocicleta. Me habló de mala manera: “Que si por ser mujer creía que las leyes de tránsito se habían hecho para los que gastan pantalones”. Yo le aseguré que no me pasé el alto. Se lo dije. Se lo repetí. Me solivianté: la mentira era tan flagrante que se me revolvió la sangre.

Ya sé yo que no buscaba más que uno o dos pesos, o tres a lo sumo.

Pero bien está pagar una mordida cuando se ha cometido una falta o se busca un favor. ¡Pero en aquel momento lo que él sostenía era una mentira monstruosa! ¡Yo había hecho caso a las luces! Además, el tono: como sabía que no tenía razón se subió en seguida a la parra.

Vio una mujer sola y estaba seguro de salirse con la suya. Yo seguí en mis trece. Estaba dispuesta a ir a Tránsito y a armar un escándalo. ¡Porque yo pasé con luz verde! Él me miró socarrón, se fue delante del coche e hizo el intento de quitarme la placa. Se inclinó. No sé qué me pasó entonces. ¡Aquel hombre no tenía ningún derecho a hacer lo que estaba haciendo! Yo tenía la razón. Furiosa, puse el coche en marcha, y arranqué…

– Era imbécil. Le di y le expliqué la dirección tres veces, con toda claridad. Era sencillísimo: no tenía sino cruzar la Reforma a la altura de la quinta cuadra. Y las tres veces se embrolló al repetirla. Le hice un plano clarísimo. Se me quedó mirando, interrogante:

—Pos no sé —y se alzó de hombros. Había para matarlo. Lo hice. Si lo siento o no, es otro problema.

– ¿Para qué tratar de convencerle? Era un sectario de lo peor, cerrado de mollera como si fuese Dios Padre. Se la abrí de un golpe, a ver si aprende a discutir. El que no sabe, que calle.

-Lo maté por idiota, por mal pensado, por tonto, por cerrado, por necio, por mentecato, por hipócrita, por guaje, por memo, por farsante, por jesuita, a escoger. Una cosa es verdad: no dos.

– La maté porque le dolía el estómago.

– Lo maté porque bebí lo justo para hacerlo.

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Foto tomada por Donald Tong para Pexels.

– Empezó a darle al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio. (El vaso era ordinario, el lugar era barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado.) Se oía el ruido de metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maëlstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno.

El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicarse: —Todavía no se ha deshecho el azúcar. Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió enseguida con redoblada energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y el ruido de la cuchara al borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, enteramente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé.

– ¿Ustedes no han tenido ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

– La maté por no darle un disgusto.

– ¡Tenía el cuello tan largo!

– A mi hermana —de verdad, de verdad— nunca la pude tragar.

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Las matanzas escolares más sangrientas Parte I
¡Tripas para todos!

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El gran viaje del circo https://algarabia.com/el-gran-viaje/ https://algarabia.com/el-gran-viaje/#respond Fri, 21 Jul 2023 14:32:00 +0000 https://algarabia.com/?p=45786 Historia del circo, escrito por Dominique Mauclair, el cual nos sumerge al espectáculo viajero desde sus inicios; las primeras compañías y acróbatas en el mundo.]]> Risas, fuerza, equilibrio y aplausos acompañan esta narración. ¿A dónde nos llevará el día de mañana el espectáculo?
Nacido en París el 4 de junio 1929, Dominique Mauclair fue profesor de geografía, y ha dedicado gran parte de su vida y su carrera al mundo del espectáculo, en particular a estudiar la historia actual del circo: Ha recorrido país por país las circunstancias de estos temerarios artistas en todo el mundo.

Tras la II Guerra Mundial se convirtió en periodista especializado en artes mientras tocaba el banjo en las orquestas de Nueva Orleans y en Saint-Germain des Prés. Poco después se convirtió en jefe de prensa del circo: trabajó 24 años en «La Gala de la pista», la transmisión radiofónica número 1 en Europa, justo ideada para aumentar los ingresos del circo. Cuando el programa terminó su transmisión, Mauclair se convirtió en administrador de Napoléon Rancy, una de las compañías circenses más relevantes del momento.

Trabajó también para Walt Disney como director de Marketing para toda Francia

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En 1977 creó el festival Mundial de Circo del Mañana y fue nombrado presidente del Circo Nacional Francés. Gran amante del espectáculo en pista, caza talentos, escribano, contador, e incluso cocinero cuando era necesario, Mauclair logró conocer de cabo a rabo los misterios debajo las carpas coloridas; luego decidió revelar sus viajes en el espectáculo circense. He aquí su testimonio:

«Cuando entré a la profesión de cirquero, las primeras lecciones me fueron impartidas por aquellos a quienes considero “progenitores de pista”, Henri y Till Rancy, propietarios del Circo Napoleón Rancy. Me acababan de contratar como responsable de prensa pero, muy pronto, mis directores empezaron a encargarme toda clase de cometidos. Por eso hoy sé cuánta tierra y cuánto aserrín hace falta para preparar una buena pista para los caballos, cómo organizar el transporte del forraje al terminar cada etapa o cómo comportarse con los inspectores de la Sociedad de Autores o de la Agencia Fiscal.

Tilly Rancy era una fanática de la buena gestión. Siempre presentable a la hora de recibir al público engalanada con pendientes y collares, insistía en que aprendiera de ella a “rellenar” la sala, es decir a equilibrar los asientos ocupados, según el número de entradas vendidas.

A veces dejaba a mi responsabilidad esta delicada tarea diciéndome “¡Mauclair, sobre todo asegúrese de acoger correctamente a los ‘viajeros’!”

Los viajeros eran los trabajadores del circo y de la feria, tanto los humildes como los renombrados, aquellos que sobrevivían con una lotería “de azúcar” —un producto que en la década de los 50 del siglo XX era más bien escaso— o que recorrían el territorio francés con carpas gigantescas.

Los tiempos de los viajeros

En aquellos tiempos ya no se les llamaba “saltimbanquis”, un término algo anticuado que recuperó su prestigio después de 1968, gracias al renacimiento de las artes callejeras; tampoco se les decía “titiriteros”, una expresión algo peyorativa y que se aplicaba sobre todo a los gitanos.

Cirqueros, gracias a Dios, aún no se había puesto de moda, de modo que simplemente les llamábamos «viajeros»
Este término es el más apropiado para los trabajadores de un circo de feria, puesto que el viaje está en el origen de la difusión y la evolución de la acrobacia. Por eso presentaré esta Historia del circo, como un diario de viaje.

Si aceptamos la tesis de los historiadores chinos, en cuanto a que los primeros acróbatas fueron los cazadores más hábiles, situando así el origen de la acrobacia cinco milenios antes de la nuestra era; si el primer acróbata fue un cazador superdotado que utilizó su flexibilidad, habilidad o fuerza para efectuar una maniobra difícil, pronto debió comprender que, para continuar sorprendiendo con su proeza, debía emprender el camino, a fin de renovar continuamente su público.

En el libro chino Historia imaginaria de los acróbatas de Wu-Quiao, editado por los Servicios de Cultura de la provincia de china en Hebei, he hallado una leyenda que data de la época del emperador Amarillo que presenta una versión seductora, quizá verídica, del origen de la acrobacia.

El mundo es su territorio

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Esta necesidad de sorprender fue lo que empujó al acróbata a abandonar la granja o tienda, a desertar del ejército, descender el curso de un río y emprender viaje. Por esto, la comunidad de los acróbatas, siempre dispuesta a admitir a nuevos miembros, frecuentemente se mezcló con militares, gendarmes o pillos; asociándose con otros pueblos migratorios como los gitanos o los esclavos manumisos.

Al estudiar el árbol genealógico de una dinastía circense, nos encontramos con un mapa de los grandes movimientos humanos, dado que los acróbatas frecuentemente se han fortalecido con el contacto de exploradores o revolucionarios. Los saltimbanquis siempre han sido capaces, al igual que los marineros, los jesuitas y los banqueros genoveses, de enfrentarse a los mares revueltos.

Viajeros, gente con un fardo como única pieza de equipaje y, mañana, circonautas. Cuando Isabelle Mauclair acuñó esa denominación, la definió como «un acróbata que, en los tiempos actuales, se desplaza en el espacio y en el tiempo».


En ocasiones, el acróbata tiene una estancia que se prolonga más de la cuenta para inventar la pista de 13 metros de diámetro y que se convierte en escenario del circo. O bordeará las leyes del teatro, usando la mímica para explicar las aventuras más extraordinarias, creando con sus actuaciones un espectáculo tan fabuloso que Théophile Gauthier denominara «ópera visual».

Este libro es también la historia de la fabulosa cabalgata de aquellos que partieron a descubrir el mundo, a la conquista de lo imposible para ofrecer al público un mundo aún más fabuloso, el del sueño y la imaginación.

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Ladrones de ideas: plagios, tributos y originales https://algarabia.com/ladrones-de-ideas-plagios-tributos-y-originales/ https://algarabia.com/ladrones-de-ideas-plagios-tributos-y-originales/#respond Thu, 12 Jan 2023 20:54:27 +0000 https://algarabia.com/?p=29950 El célebre proverbio bíblico reza que «nada hay nuevo bajo el Sol», pero la justificación de «basarse en algo» para crear una nueva versión es un pretexto artístico cada vez más usado para elaborar descaradas copias. He aquí algunos ejemplos y reflexiones al respecto.

Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más lejos que ellos porque somos levantados por su gran altura.
John de Salisbury

Estoy leyendo una novela de misterio.
 La cosa va más o menos así: el curador de una valiosa colección de arte es encontrado asesinado. Una famosa pintura —no les diré cuál— pone en movimiento la trama.

Página tras página nos enteramos de la existencia de unos documentos secretos, tan peligrosos para el cristianismo, que si se dan a conocer pueden acabar con la Iglesia. El héroe es un experto en arte y el antagonista un ambicioso cardenal.

En el fondo opera una misteriosa organización patrocinada por el Vaticano. Sin ánimo de arruinar la sorpresa, les diré que María Magdalena y la descendencia de Jesús tienen un papel fundamental en la historia. La propuesta es que Cristo, como ser divino, fue una figura mítica impuesta por el emperador Constantino con fines políticos.

La novela es, desde luego, La hija de Dios de Lewis Perdue, y se publicó hace catorce años. Si le suena escandalosamente similar a la infame El código da Vinci, de Dan Brown, publicada tres años más tarde, usted no está solo en este mundo. El mismo Perdue ha dicho que al leerla sintió como si unos ladrones se hubieran metido a su casa. En opinión de muchos, la trama y los personajes de ambas novelas son tan parecidos, que podría decirse que Brown se hizo millonario con ideas que «tomó prestadas» de otro libro —prácticamente las reescribió—. Está lejos de ser el único.

La verdad es que todo el mundo plagia: músicos, escritores, publicistas, políticos poco inspirados que no se sonrojan por usar los discursos de otros, e incluso científicos… hasta que los cachan.

Con una ayudadita de mis amigos

En nuestro tiempo, las ideas novedosas, entretenidas y cautivadoras gozan de gran demanda, pero no se pueden ordenar por correo. Dependen de esa ave rara que se llama inspiración. El espejo encantado de nuestra época nos ha puesto frente a dos duras realidades: una, que, por lo visto, las ideas originales son cada vez más escasas —«eso» que estás componiendo ya se le ocurrió a alguien más, sentencia Google—; otra, que la tentación de robárselas ha aumentado en la misma proporción que la facilidad con la que accedemos a ellas.

«Si robas de un autor es plagio; si robas
de muchos, es documentación»
— Wilson Mizner

En un mundo menos conectado, quizá el cantante ruso Garik Sukachev nunca se hubiera fusilado «Kumbala» de La Maldita Vecindad. Sabemos que lo hizo porque las dos canciones están en YouTube, pero ¿quién se hubiera enterado hace 20 años, cuando nadie estaba conectado? A estratos más altos, el beatle George Harrison aceptó que su composición más célebre como solista —«My Sweet Lord»— es una copia al carbón de «He’s so Fine», una olvidada canción de los años 60.

También la venerada banda Led Zeppelin plagió, con todo y título, la canción «Dazed and Confused» de un virtual desconocido a quien siempre se le negó crédito: Jake Holmes.

Bienvenidos a la era del acceso a la información y de su hijo más horrible: el plagio.

Plagio2

El plagio llega incluso a las llamadas «altas esferas del poder». La Brookings Institution, un think-tank —‘tanque de ideas’; grupo de expertos especializados en ciencias sociales. de Washington D.C.—, acusó en 2006 al presidente ruso Vladimir Putin de haber utilizado generosos fragmentos de una publicación de la Universidad de Pittsburgh en su tesis de posgrado. Pero no sólo los políticos y músicos pecan de «copiones».

El director general de Raytheon, uno de los grandes fabricantes de armas de los EE.UU., publicó un librito titulado Swanson’s Unwritten Rules of Management, un manual de administración que era virtualmente una copia, palabra por palabra, de un empolvado libro de 1944 titulado Leyes de ingeniería administrativa. Cuando el periódico The New York Times expuso el fraude, la empresa empezó a regalarlos. Tú ahora mismo puedes escribir a la fábrica de misiles teledirigidos y solicitar gratis uno de los miles de ejemplares que, por vergüenza, ya no se atreven a vender.

No robarás

115-plagio

Los que predican el séptimo mandamiento tampoco se quedan atrás. Además de robarse la inocencia de los niños, el sacerdote Marcial Maciel también hurtaba ideas: el libro de cabecera de su organización, Salterio de mis días, resultó ser una copia casi fiel de Salterio de mis horas, escrito por Luis Lucía, un político español que fue condenado a muerte por no apoyar a Franco.

En el mundo de la música, el grupo Panda copió «At the library», de Green Day, sin cambiarle ni un poquito, y Maná tomó prestada —sin permiso— la portada de InVino Veritas, el álbum debut de los australianos Airway Lanes.

Igual que un cofre abierto que hasta al más honrado invita a robar, la supercarretera de información tentó a los creadores con un nuevo mundo de material pirateable. Irónicamente, es también gracias a Google que el plagio es hoy más fácil de detectar. En el pasado, un poeta con dinero y sin inspiración podía viajar a una oscura biblioteca de Melilla, España, fotocopiar un poemario sin fama y publicarlo en Zacatecas como propio. Las posibilidades de que lo descubrieran eran infinitesimales. Conozco a un rimador de mi Aguascalientes que buscaba poemas en chino, los hacía traducir, les cambiaba algunas palabras y voilá: tenía una nueva creación con deliciosa sensibilidad oriental.

¿Se acabaron las canciones?

«Las palabras pertenecen a quien las escribe, hay pocas nociones éticas más simples que ésta», escribió Malcolm Gladwell, y lo mismo se puede decir de los conceptos visuales, los programas de cómputo y la música, ese arte de distribuir notas, silencios y tiempos.

¿Por qué artistas célebres como Led Zeppelin o George Harrison copiaron canciones de virtuales desconocidos y se arriesgaron a una demanda o, peor aún, al desprestigio? ¿Se les acabaron las ideas? ¿O ya se inventaron todas las melodías posibles?

Después de todo, diría un plagiario en busca de una excusa, no son más que siete notas —y sus respectivos semitonos la materia prima de la que el compositor dispone para inventar algo que nadie haya escuchado antes. Y cualquiera sabe que hay un número limitado de acomodar las siete notas, ¿cierto?

Al final, no siempre es fácil discernir la borrosa línea entre tributo, evolución artística y plagio. En los peores casos, están los zoquetes sin talento que aprenden a copiar y maquillar grandes obras para esconder su mediocridad.

En los mejores, están aquellos que, bebiendo de las influencias del pasado, inauguran nuevas eras artísticas, como Beethoven, Kurosawa o The Beatles, gente que vio lejos porque estaba sentada sobre los hombros de gigantes… pintoresca metáfora que no es mía, sino de Isaac Newton, quien señaló: «Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes», quien a su vez copió a John de Salisbury… y que él mismo escuchó decir a Bernardo de
Chartres… y así sucesivamente.


Si quieres conocer más plagios y tributos consulta Algarabía 115.

Gustavo Vázquez Lozano no escribió para este artículo nada que no se haya dicho, pensado o reportado antes —excepto quizá la parte de los «poetas malitos» de Aguascalientes— y por eso está muy agradecido con sus fuentes.

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> De autoplagios, robos, cannelloni y algo más
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> El arte profanado de Margaret
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Metinides «El niño», de mirada fría https://algarabia.com/el-nino-metinides/ https://algarabia.com/el-nino-metinides/#respond Wed, 11 May 2022 00:00:00 +0000 https://algarabia.com/?p=43291 Metinides «El niño», de mirada fría Read More »

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Mejor conocido como «El Niño», Enrique Metinides es un fotoperiodista mexicano de nota roja que tuvo sus inicios en la fotografía desde los siete años de edad, gracias al regalo de su papá: una bolsa llena de rollos y una cámara análoga. El resultado: un inocente lleno de imaginación que jugaba a tomar fotos de carros chocados afuera de los ministerios públicos.

Nació en la Ciudad de México en 1934. Su infancia la vivió cómodamente gracias al negocio de su padre –una tienda que vendía cámaras y rollos a los turistas—y él disfrutaba de películas de gangsters y detectives –de Al Capone, eran sus favoritas.

Enrique Metinides desde pequeño hizo los juegos y juguetes a un lado para ser siempre fiel a su cámara.
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Cuando tenía siete años recibió un regalo que le cambiaría la vida: una cámara –Brownie Junior, con seis cartuchos para fotos en blanco y negro de 6×6—. Paseaba con ella a todas partes y comenzó a fotografiar las estatuas del Centro y de Paseo de la Reforma, incluso tomaba fotos de la pantalla del cine en la que se proyectaban películas de policías y ladrones.

Dos años más tarde, el «El Niño» ya estaba fotografiando autos chocados y escenas de accidentes cerca de su delegación. Con el tiempo aprendió a entablar conversaciones con la policía para ganar su confianza y amistad –lo cual no le resultó tan difícil por el negocio restaurantero de su padre y así cumplir con su cometido. 

«El Niño» –como lo conocía la mayoría— parecía tener una pizca de sensibilidad ante estas catástrofes cuando apenas tenía once años, pues fue a esa edad cuando vio el cadáver de un decapitado, y no dudó en captarlo a través de su cámara, mostrando la cabeza en sus manos.
Desarrolló un estómago tan fuerte que pudo hacer las mejores fotografías de nota roja de la Ciudad de México por 50 años.

Consiguió su primer trabajo gracias a  Antonio «El Indio» Velázquez, fotógrafo de La Prensa, quien lo vio en un accidente retratando los detalles del suceso y le dijo que fuera a la oficina para ver su trabajo, con el cual quedó muy impresionado. También trabajo para el diario Zócalo y algunas revistas como Alarma, Crimen, Guerra al Crimen, Policía, Magazine de Policía, Jaque al Crimen, Nota Roja, Prensa Roja.
Niños-llorando-fotografía de "El niño"
Desde luego sus mejores amigos fueron bomberos, paramédicos, policías, quienes permitían que los acompañara a donde se tuviera que retratar la catástrofe –incluso a veces llegaba antes que ellos, y sus fotografías servían para resolver el delito—. Su físico no salió intacto a lo largo de su carrera como fotoperiodista: lo atropellaron dos veces, tuvo siete costillas rotas, dos infartos y un dedo roto, pero nunca dejó de fotografiar.

«Suicida en torre de luz» fue una imagen que logró al percatarse del terrible propósito de un hombre trepado sobre una estructura, a varios metros de altura, y reaccionar inmediatamente para acudir a la escena, no muy lejos de donde estaba –prácticamente a un edificio frente a él–. La foto salió publicada en mayo de 1971, en el diario La Prensa con la siguiente nota: «Yo quería saber como era la muerte, ‘dijo Antonio N., de 45 años de edad, después de que dos hombres del equipo de rescate le persuadieron para no saltar. El hombre no tenía trabajo y dijo tener una gran cantidad de preocupaciones».

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Semper fi!: el USMC https://algarabia.com/el-usmc/ https://algarabia.com/el-usmc/#respond Tue, 22 Mar 2022 18:11:48 +0000 https://algarabia.com/?p=79809

«A Dios le prenden los marines porque matamos todo lo que vemos.

Él juega sus juegos y nosotros, los nuestros.

Para mostrar nuestro aprecio por su poder, retacamos el Cielo de

almas frescas. Dios estaba aquí antes que el Cuerpo

de Infantería de Marina, así que entréguenle su corazón a Jesús,

¡porque su trasero le pertenece al Cuerpo!»

Sargento de artillería Hartman [Roland Lee Emery], en Full Metal Jacket (Reino Unido-EE. UU., 1987) de Stanley Kubrick

Marines ≠ marinos

Aunque suele ser un error común, Ejército en inglés —Army— y francés —Armée— no es lo mismo que Armada o Marina de guerra en español: aquéllos se refieren a las fuerzas armadas de tierra y ésta, a las de mar. De igual manera, hay una distinción entre marino o marinero, en español, y marine, en inglés —que se traduce como «infante de marina»—. Los primeros son los miembros de la Armada, que tripulan sus embarcaciones y operan sus bases; los segundos son tropas de combate que resguardan esos mismos barcos y puertos y que, en apoyo de campañas navales, pelean en mar y tierra en operaciones anfibias o expediciones propias de la Armada.

El boot camp o entrenamiento básico para ingresar al USMC tiene lugar, famosamente, ya sea en el centro de reclutamiento de San Diego, California, o Parris Island, Carolina del Sur. Los nóveles marines pasan, entonces, a una de las dos Escuelas de Infantería: Campo Geiger, en Jacksonville, Carolina del Norte; o Campo Pendleton, en Oceanside, California.

A veces, se trata de unidades subordinadas a la Armada —como los Royal Marines británicos, la Infantería de Marina mexicana o la española, esta última, a la sazón, la más antigua del mundo, creada por Carlos I hacia 1527— y, otras, instituciones con plena autonomía, que forman una rama distinta de las fuerzas armadas de un país —tal es el caso de los infantes de marina más famosos de todos: los marines de EE. UU.

Emblema del USMC, con el águila americana, el ancla marítima, el globo terráqueo —su área de operaciones «natural»— y su lema en latín: «Semper fidelis» —«Siempre fiel».

Orígenes

El Cuerpo de Infantería de Marina de los EE. UU. —USMC, por sus siglas en inglés— se remonta a la fuerza anfibia creada por el Congreso Continental en noviembre de 1775, la cual pronto entró en acción, ocupando el puerto británico de Nassau, en las Bahamas. Desbandados los marines continentales tras la independencia, fueron resucitados y rebautizados como United States Marine Corps en 1798, de la mano de la recién creada Armada de los EE. UU. —United States Navy.

Durante el siglo siguiente, los marines vieron acción contra piratas en las costas del Mediterráneo, contra los casacas rojas en la Guerra de 1812, contra los cadetes mexicanos en Chapultepec en 1847 y contra las fuerzas españolas en Filipinas, Puerto Rico y Cuba —donde capturaron la bahía de Guantánamo— en 1898, más diversas expediciones de menor escala en China, Panamá, Marruecos, Haití, Nicaragua o las ocupaciones de Santo Domingo y Veracruz.

En la I Guerra Mundial, el USMC formó parte de la Fuerza Expedicionaria Americana en Francia, donde se granjeó el mote de «Teufel Hunden» —«Perros del demonio»— de parte de los alemanes, en batallas como la del bosque de Belleau, en junio de 1918.

Ya cuajado

Sin embargo, su momento estelar vendría en el Teatro del Pacífico (1941-1945) durante la II Guerra Mundial, en fieras batallas contra el Ejército Imperial Japonés, como Guadalcanal, Bougainville, Tarawa, Guam, Tinian, Cabo Gloucester, Saipan, Peleliu, Iwo Jima y Okinawa. Alrededor de 600 mil hombres y mujeres vistieron el uniforme de marine durante el conflicto, sirviendo en seis divisiones de infantería, cinco alas aéreas y un sinnúmero de unidades auxiliares; de éstos, 20 mil murieron y 82 fueron distinguidos con la Medalla de Honor del Congreso, máxima condecoración militar estadounidense.

Otro tanto harían las siguientes generaciones de marines en Corea, Vietnam, Granada, Panamá, ambas guerras del Golfo y Afganistán, lo mismo en operaciones especiales que en enfrentamientos en toda regla contra ejércitos profesionales o no convencionales.

¿’Ora qué hacen?

Hoy día, siempre celosos de su autonomía y orgullosos de su tradición, aunque cuentan con sus propios medios de infantería, artillería, blindados, apoyo aéreo, unidades auxiliares y fuerzas especiales, los marines son una de las ocho ramas de las fuerzas armadas de EE. UU. y su comandante sirve en el Estado Mayor Conjunto. Depende del Departamento de la Armada, cuenta con 182 mil efectivos en activo y 38 500 en reserva —según cifras de 2017— y requiere un presupuesto anual —para 2019— de $43 200 millones de dólares. Opera instalaciones en tierra y buques anfibios, resguarda bases y embajadas en todo el mundo y tiene a su cargo los helicópteros y la banda de guerra presidenciales. Sus unidades aéreas pueden tener base en tierra u operar desde los portaaviones de la Armada. 

Hay mujeres marines desde 1918. La primera generala marine fue Margaret A. Brewer, que se enlistó en el Cuerpo en 1952 y alcanzó el rango de general de brigada en 1978.

Inmortal foto de Joe Rosenthal que captó a seis marines de la 5ª división del USMC izando la bandera estadounidense en la cima del monte Suribachi, durante la batalla por la isla de Iwo Jima, el 23 de febrero de 1945.

Marines de renombre

  • Don Adams, actor
  • Paul Arizin, basquetbolista
  • James Baker, abogado y secretario de Estado
  • Glen Bell, fundador de Taco Bell
  • Robert Bork, jurista y juez
  • Gregory «Pappy» Boyington, aviador y as de los «Tigres Voladores»
  • Drew Carey, comediante
  • Walter Cunningham, astronauta
  • Terry Downes, boxeador
  • Adam Driver, actor
  • Roland Lee Emery, actor y conductor
  • Robert Mulligan, cineasta
  • Lee Harvey Oswald, asesino del Presidente Kennedy
  • Tom Monaghan, fundador de Domino’s Pizza
  • Robert S. Mueller, director del FBI
  • Don & Phil Everly, rockeros
  • John Glenn, astronauta y senador
  • Gene Hackman, actor
  • Fred Haise, astronauta
  • Elroy «Crazy Legs» Hirsch, jugador de futbol americano
  • Harvey Keitel, actor
  • Robert Leckie, historiador y periodista
  • Robert Ludlum, novelista
  • Ted Lyons, beisbolista
  • William Manchester, historiador
  • Karl Marlantes, periodista y escritor
  • Lee Marvin, actor
  • Bob Mathias, decatlonista, campeón olímpico y congresista
  • James Mattis, general, historiador y secretario de defensa
  • Steve McQueen, actor
  • Adam Driver, actor
  • Roland Lee Emery, actor y conductor
  • Sam Peckinpah, cineasta
  • Tyrone Power, actor
  • Lewis Burwell «Chesty» Puller, héroe de Guadalcanal, ganador de cinco Cruces de la Armada y la Orden de Servicio Distinguido
  • George Shultz, economista y estadista
  • George C. Scott, actor
  • Shaggy, rapero
  • Frederick W. Smith, fundador de Fedex
  • John Philip Sousa, compositor
  • Thomas Sowell, economista y sociólogo
  • Leon Uris, novelista
  • J.D. Vance, escritor

El himno de los marines

Adoptado oficialmente en 1929 a partir de una melodía de Jacques Offenbach y con letra de un marine anónimo, una de sus estrofas dice:

From the Halls of Montezuma
To the shores of Tripoli;
We fight our country's battles
In the air, on land, and sea;
First to fight for right and freedom
And to keep our honor clean;
We are proud to claim the title
Of United States Marine.

«Desde los salones de Moctezuma [por la batalla de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847]
a las costas de Trípoli [por la batalla de Derna, Cirenaica, en 1805],
peleamos las batallas de nuestro país
en el aire, en tierra y mar;
primero, para pelear por el derecho y la libertad
y, luego, para mantener limpio nuestro honor;
estamos orgullosos de reclamar el título
de marine de los Estados Unidos».

Esprit de corps

Literalmente, el «espíritu de cuerpo» o, a veces, la «moral» —y no la que tiene que ver con el bien y el mal ni las buenas costumbres—. Es decir, la lealtad que se otorga a un grupo conformado por los propios pares y el sentido de pertenencia al mismo, que resiste pruebas, sinsabores y adversidades en aras de un bien compartido. Se puede aplicar por igual a grupos homogéneos y jerárquicos como los ejércitos o la clerecía —o a subgrupos dentro de éstos, como la Legión Extranjera o los jesuitas—, a escuelas o clubs exclusivos, a equipos deportivos o partidos políticos. Sin el esprit de corps, la cohesión grupal y la coordinación eficaz de esfuerzos, ya no digamos la disciplina y la obediencia impuestas desde arriba, se tornan imposibles, con lo que tales cuerpos cesan de funcionar o dejan de existir.

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Chicos malos: Los casacas rojas https://algarabia.com/casacas-rojas-algarabia/ https://algarabia.com/casacas-rojas-algarabia/#respond Wed, 12 Jan 2022 07:00:00 +0000 https://algarabia.com/?p=71859 No existen imperios benignos, aunque los haya menos malos unos que otros. Y, al menos hasta que los hijos de Adán dejen de ser las criaturas codiciosas y ambiciosas que son, los imperios seguirán siendo, tal como han sido —con las relativa excepción del orden global posterior a 1945— factores imprescindibles de importantes cambios económicos, sociales, culturales y políticos… y no siempre para mal. Desde luego, el mayor de todos ellos, el británico, no fue distinto. Conoce los casacas rojas…

por G. G. Jolly 

Más allá del polémico legado de la globalización —la preminencia de Norteamérica, la universalidad de la lengua inglesa, la expansión del protestantismo, la difusión del parlamentarismo y el triunfo del capitalismo industrial— y del improbable ascenso de un pequeño y lluvioso archipiélago al dominio de un cuarto del globo y todos sus mares,2 resta la historia de las gestas militares del Imperio Británico y de los dos brazos armados que hicieron valer sus intereses —legítimos u espurios, altruistas o egoístas, paternalistas o tiránicos. 

Los de azul y los de rojo 

De la potente gigantesca Marina Real, que hizo que Britania gobernara las olas, claro; más también del audaz y modesto ejército que enfrentó, a lo largo de los siglos, a bóxers y bóers, irlandeses e indios, zulúes y mahdistas, y que frustró las ambiciones de Luis XIV y Napoleón, del Kaiser y del Führer. Empero, mientras que los hombres de azul marino, como Lord Nelson o Lord Mountbatten, gozan de relativa mejor prensa, no así los de rojo, como los duques de Marlborough o de Wellington, Lord Cornwallis o Lord Haig. Ya sea porque los casacas rojas palidecen comparados con carismáticas figuras del continente, como Federico el Grande o el mariscal Rommel; o por sus derrotas y tropelías en las colonias. Poco pueden oponer, en efecto, ante héroes ya míticos como Washington y Gandhi o justificar frente a las masacres de Amritsar (1919), Batang Kali (1948) o Chuka (1953), las hambrunas de India e Irlanda o los campos de concentración en Sudáfrica. 

Marlborough porträtterad av Adriaen van der Werff (1659-1722)

No obstante, de Blenheim (1704) a Yorktown (1781), de Waterloo (1815) a Balaclava (1854), de Isandlwana (1879) a Colenso (1899), del Somme (1916) a El Alamein (1942) o de Puerto Stanley (1982) a Basora (2003), pasando por incontables conflictos en casi todos los rincones del mundo, grandes y pequeños, el Ejército y la Real Infantería de Marina de Su Majestad Británica se han distinguido en batalla por su pericia y resistencia, por su honor y valentía —a veces más y a veces menos—, así como por su distintivo uniforme rojo. De hecho, hasta la fecha, a pesar de la adopción del caqui durante finales del siglo XIX y del camuflaje a mediados del XX, la túnica escarlata continúa siendo el uniforme oficial de gala de las fuerzas de tierra del Reino Unido, 

De mercenarios a soldados 

Sin embargo, la estandarización de vestimenta y equipo de los ejércitos europeos no se dio sino hasta principios del siglo XVIII, de la mano de la profesionalización organizacional y la institucionalización estatal de las naciones modernas —que adoptaron lenguas, burocracias, mitologías, banderas, uniformes, leyes e himnos nacionales—. E incluso así, a menudo, el color de los uniformes militares de una misma nación diferían según la rama de servicio o unidad. Por no hablar de que los colores nunca fueron, tampoco, exclusivos de ningún país: soldados de Dinamarca, Rusia, Francia, Alemania, Rumania o Austria Hungría también ostentaron uniformes rojos. 

En el caso de las casacas británicas de color rojo, sus orígenes son tan accidentales y poco impresionantes como los del imperio mismo y se remontan exactamente al lugar y momento donde esté nació: Irlanda. Durante el siglo XVI, con los soldados —o, más bien, mercenarios— que sometían la isla celta para los Lords Lieutenant ingleses mandados por los monarcas Tudor. Más tarde, el primer ejército reclutado contra los Estuardo por el Parlamento, en 1645, durante la Guerra Civil inglesa, se distinguió asimismo por sus casacas color rojo veneciano. Éstas eran de tono marrón rojizo más que escarlatas, producto de la raíz de la planta rubia roja, Rubia tinctorum, y que fue preservado tras la Restauración —más por el bajo costo de la tintura que por otra cosa. 

Tras la unión formal de las coronas de Inglaterra y Escocia, en 1707, cuando ya soplaban los aires de estandarización del Siglo de las Luces, las fuerzas armadas británicas comenzaron a regularizar y uniformar su entrenamiento y equipamiento, estructuras y jerarquías, doctrina e indumentaria, por lo que se generalizó el uso del rojo habitual para la casaca de lana estándar de los soldados de infantería. Justo a tiempo para las primeras conflagraciones globales entre las nuevas naciones europeas, que sirvieran para un ahondar sus distinciones identitarias. 

Si el término original en latín sagorum rubrorum databa precisamente de una historia de la conquista de Irlanda que pasó América con los primeros inmigrantes, el término casacas rojas se popularizó y se politizó durante la Guerra de Independencia de las trece colonias norteamericanas, al utilizarse para distinguir a los soldados regulares británicos —«red coats»‘casacas rojas»; «bloody backs», ‘espaldas sangrantes’, por los azotes disciplinares; o «lobsters», ‘langostas’— de los colonos realistas —apodados «tories», ‘conservadores’, o «King’s men, ‘hombres del rey’»— o de los mercenarios alemanes —apelados «hessianos». 

El uso del rojo —cada vez más refinado gracias a los nuevos procesos de hilado y teñimiento con diversas tinturas orgánicas, de color mucho más intenso pero mucho más caras, aunque abundante gracias al comercio global— por el pequeño ejército profesional británico continuó durante las guerras revolucionarias y napoleónicas y se extendió a la par que el próspero y creciente imperio… y hasta sus últimos confines, ya que ahora podía permitírselo. Incluso tras la adopción local del menos conspicuo caqui hacia 1885 en los terrenos áridos de la India y el Sudán y su instauración generalizada en 1902, algunos regimientos continuaron utilizándolo hasta que la realidad de la guerra industrial en las trincheras se impuso, en 1914. 

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Nuevos tiempos, nuevos colores 

Y, si bien desapareció el pequeño ejército profesional y voluntario, para ser reemplazado por uno masivo, ciudadano y de leva, el atuendo rojo sobrevivió al lado del caqui, manteniendo su carácter ceremonial para las bandas militares, la oficialía en ocasiones de gala y los guardias reales —como los que vemos desfilar sin parpadear afuera del palacio de Buckingham con sus gorros de piel negra—. De hecho, el nostálgico intento de restaurar las distintivas casacas rojas luego de la I Guerra Mundial sólo fue impedido por el prohibitivo costo para un imperio al borde de la quiebra de teñir con pigmentos orgánicos los uniformes de cientos de miles de hombres. Cuando al fin se abarató el proceso gracias a los tintes artificiales, el caqui y el camuflaje ya contaban con su propia tradición. 

A pesar de ello, junto con el inglés, el té, el críquet o el Common Law, el escarlata militar ha sido adoptado en toda la Mancomunidad Británica de Naciones: en Australia, Fiyi, India, Ghana, Jamaica, Kenia, Nueva Zelanda, Pakistán, Singapur, Sri Lanka y, desde luego, Canadá —no solo por el Ejército canadiense, sino por la célebre policía montada—. Por último, ha sido inmortalizado en la literatura y las artes gracias al poema «Tommy» (1890) —nombre coloquial para los soldados británicos de a pie— de Sir Rudyard Kipling o la novela de The Thin Red Line (1968) de James Jones, que toma su título de una línea de aquel poema. 

Al final, los casacas rojas comparten las luces y sombras, lo mismo que las paradojas y contradicciones, del imperio que crearon y al que sirvieron. Como bien apuntó en su libro The River War (1899) el más grande de los hijos de ese imperio, Sir Winston Churchill, quien vistió casaca roja en la caballería real: 

¿Qué empresa, entre las que pueda acometer una comunidad ilustrada, es más noble y provechosa que arrebatar fértiles regiones y grandes poblaciones a la barbarie? Proveer de paz a tribus guerreantes, administrar justicia donde sólo hay violencia, romper las cadenas del esclavo, sacar riquezas de los suelos, plantar las semillas primigenias del comercio y del aprendizaje, incrementar en pueblos enteros la capacidad para el placer y disminuir la posibilidad para el dolor… ¿Qué ideal más bello o más valiosa recompensa puede inspirar el esfuerzo humano? El acto es virtuoso; su ejercicio, vigorizante; y el resultado, provechoso en extremo. No obstante, mientras la mente se aparta de las maravillosas cimas de las aspiraciones y se precipita hacia los feos andamios del intento y el logro, surge una sucesión de ideas opuestas. Industriosas razas son presentadas como precarias y hambrientas en aras de un costoso imperialismo del que sólo pueden disfrutar si están bien alimentadas. Pueblos salvajes, ignorantes de su barbarie, en sensibles al sufrimiento, descuidados con su vida pero tenaces con su libertad, parecen resistir con furia a los invasores filántropos y perecer por miles antes de convencerse de su error. Así, el inevitable trecho entre la conquista y la dominación es llenado por el codicioso tratante, el inoportuno misionero, el ambicioso soldado, el mendaz especulador… que perturban las mentes de los conquistados y azuzan los sórdidos apetitos de los conquistadores. Y así como el ojo del pensamiento se posa sobre estos siniestros males, difícilmente resulta posible creer que cualquier prospecto de justicia se consiga por tan vil camino. 

G. G. Jolly es apasionado de la historia, comilón profesional, chef aficionado, maestro por gusto, escritor por necesidad y filósofo por accidente. En ese orden. Su Twitter es @el_tirapiedras. 

HLs: 

El uniforme rojo ha sido descaradamente copiado por las armadas de Japón y Brasil, los húsares de España, las bandas del Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos, lo mismo que los ejércitos de Paraguay, Brasil y Bolivia —con sus regimientos de «colorados»— 

La delgada línea roja fue llevada magistralmente al Cine por Terrence Malick en 1998. Aunque situada en Guadalcanal durante la II Guerra Mundial, el título se remonta, vía Kipling, a la «delgada línea roja» de soldados del 93º regimiento, los Sunderland Highlanders, que enfrentaron a la caballería rusa en Balaclava, en la Guerra de Crimea .

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Las casacas rojas
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La perversión o parafilia https://algarabia.com/la-perversion-o-parafilia/ https://algarabia.com/la-perversion-o-parafilia/#respond Fri, 17 Dec 2021 16:00:00 +0000 https://algarabia.com/?p=58958 La perversión, desde el punto de vista psicológico, ha pasado por varias definiciones y conceptos que han ido evolucionando poco a poco. Pero aunque lo que entendemos por perversión se ha transformado, aún no resulta nada alentador que le digan a uno que es «un perverso». de ninguna manera, y véasele por donde se le vea, esto sería un piropo y un cumplido a las buenas costumbres e intenciones.

La palabra perversión deriva del latín perversio, y su definición en el diccionario de la RAE es: «la acción y efecto de viciar con malas doctrinas o ejemplos las costumbres, la fe o el gusto».

En 1885 el psiquiatra francés Magnan utilizó por primera vez la expresión «perversión sexual», que luego quedó sobreentendida simplemente como perversión.

Un poco de censura moral

Debido a la variada utilización popular y profesional, el término perversión presenta interminables dificultades y aunque todavía es común en la literatura psicoanalítica, en las clasificaciones internacionales del DSM-IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) se prefiere usar el término de parafilia, porque carece de connotaciones que sugieran censura moral.

Parafilia proviene del griego παρα ́ (pará), junto a y φι ́λιος (fílios), amor.

El sentido de la etimología se refiere a una práctica sexual diferente a la «forma convencional», y se define como un trastorno que consiste en una desviación de la elección en la relación con la pareja; del escenario, de las circunstancias o del modo de copular.

Pero entre si son peras o son manzanas, he aquí para los lectores de Algarabía las perversiones o parafilias más conocidas, de acuerdo al DSM-IV. No vaya ser que los agarren en curva:

coprofilia/urofilia: el que padece esta parafilia identifica la excitación erótica motivada por el olor o contacto con excrementos y orina. Uno de los grandes coprófilos de la historia fue James Joyce, el escritor inglés autor de Ulises.

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exhibicionismo: consiste en exhibir los órganos genitales a otros, especialmente en situaciones que causen sorpresa y miedo en la otra persona; ocupa el segundo lugar en la frecuencia de parafilias, con 25% de incidencia entre los pacientes en tratamiento.

Han habido algunos exhibicionistas famosos en la Ciudad de México —en particular recuerdo al que tenía una predilección por el Parque México hace ya muchos años.

De fetichismo y fetichistas

fetichismo: este tipo de parafilia consiste en exteriorizar el deseo en relación a una parte de la persona o con un objeto de su uso. Los reyes de los fetiches son los pies y/o los zapatos —en el público masculino— y las corbatas —en el caso de las mujeres.

hipoxifilia: esta parafilia, considerada una de las más violentas, consiste en intensificar el estímulo sexual por medio de la privación de oxígeno, ya sea a través de la utilización de una bolsa de plástico donde se introduce la cabeza o de alguna técnica de estrangulamiento.

En Estados Unidos entre 500 y mil personas mueren accidentalmente cada año como víctimas de la hipoxifilia.

Un individuo puede ser sádico, masoquista, o ambas cosas.

necrofilia: es la atracción sexual por cadáveres. El necrófilo para excitarse busca mantener relaciones sexuales con muertos o muertas.

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pedofilia: atracción sexual de adultos por niños de cualquier sexo. Se considera que entre 5 y 10% de los niños ha sufrido alguna agresión sexual, generalmente perpetrada por algún familiar. A pesar de ser ilegal, la pornografía infantil ha aumentado substancialmente en todos los países, lo que puede ser al mismo tiempo efecto y causa del crecimiento de este tipo de parafilia.

sadomasoquismo: se refiere a personas que sólo sienten satisfacción sexual a través del dolor experimentado por ellas mismas o infligido a otros. Si alguien quiere practicar el sadomasoquismo de manera segura, puede hacerlo a través de los chats en Internet que tienen este tipo de perfil y en los que se pueden encontrar mil y una experiencias inimaginables.

Pero lector, lectora, que no cunda el pánico; seguramente muchos de ustedes están temblando, preocupándose por haber realizado algunas de estas prácticas. Pero una cosa es la diversión y otra la parafilia, porque para ser perverso —de acuerdo al psicoanalista poskleininano Donald Meltzer— se necesita cumplir con los siguientes requisitos:

  • La parafilia en cuestión sea el único medio de excitación y placer sexual.
  • No se tenga la capacidad de relacionarse con la persona en un vínculo maduro de relación, sino que la naturaleza del vínculo sea destructivo.
  • Que la parafilia intervenga de una manera importante en la vida normal y sea causa de angustia y daño en el funcionamiento psicológico del individuo.
Educación sexual

La actual apertura a la experimentación sexual y la idea de dejar fuera concepciones morales al hablar de sexualidad toma como punto de partida el año de 1948, cuando el zoólogo estadounidense Alfred C. Kinsey conmueve al mundo con la publicación de dos libros: El comportamiento sexual en varones en 1948 y El comportamiento sexual en las mujeres en 1953, que desde entonces han servido de base para toda la educación sexual que se imparte hoy en gran parte del mundo.

La tesis de Kinsey coloca a todos los actos sexuales al mismo nivel moral, social y biológico, ya sea dentro o fuera del matrimonio, entre parejas del mismo sexo o del opuesto; descubriendo que muchas personas, de ambos sexos, incluían prácticas «parafílicas» dentro de una vida sexual plena y madura.

En definitiva, las perversiones o parafilias seguirán siendo un tema interesante para todos aquellos profesionales de la mente humana, de las sociedades, así como para los sexólogos, incluso para cuidadores de la moral y los valores sociales, ya que como leí durante la investigación que se realizó para este ensayo, «la sexualidad tiene una doble finalidad: la expresión del amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida».

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El héroe dotado con poderes superiores a los del hombre común es una constante de la imaginación popular, desde Hércules a Sigfrido, desde Orlando a Pantagruel y a Peter Pan.

A veces las virtudes del héroe se humanizan y sus poderes, más que sobrenaturales, constituyen la más alta realización de un poder natural: la astucia, la rapidez, la habilidad bélica, o incluso la inteligencia silogística y el simple espíritu de observación, como en el caso de Sherlock Holmes.

Pero en una sociedad particularmente nivelada, en la que las perturbaciones psicológicas, las frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden del día; en una sociedad industrial en la que el hombre se convierte en un número dentro del ámbito de una organización que decide por él; en donde la fuerza individual, si no se ejerce en una actividad deportiva, queda humillada ante la fuerza de la máquina que actúa por y para el ser humano, y determina incluso los movimientos de éste; en una sociedad de esta clase, el héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer.

Primer serial de Superman para el cine en 1948:

El hijo de Kriptón

Superman no es un terrícola, sino que llegó a la Tierra siendo niño, procedente del planeta Kriptón, que estaba a punto de ser destruido por una catástrofe cósmica y su padre, docto científico, consiguió ponerlo a salvo confiándolo a un vehículo espacial. Aunque crecido en la Tierra, Superman está dotado de poderes sobrehumanos. Su fuerza es prácticamente ilimitada, puede volar por el espacio a una velocidad cercana a la de la luz, y cuando viaja a velocidades superiores a ésta, traspasa la barrera del tiempo y puede transferirse a otras épocas.

Lo truculento (y nada trivial) de vivir en sociedad

Con una simple presión de la mano, puede elevar la temperatura del carbono hasta convertirlo en diamante; en pocos segundos, a velocidad supersónica, puede cortar todos los árboles de un bosque, serrar tablones de sus troncos y construir un poblado o una nave; puede perforar montañas, levantar trasatlánticos, destruir o construir diques; su vista de rayos x le permite ver a través de cualquier cuerpo a distancias prácticamente ilimitadas, y fundir con la mirada objetos de metal; su superoído le coloca en situación ventajosísima para poder escuchar conversaciones, sea cual fuere el punto donde se realizan.
Es hermoso, humilde, bondadoso y servicial. Dedica su vida a la lucha contra las fuerzas del mal, y la policía tiene en él a un infatigable colaborador.

En realidad, Superman vive entre los hombres, bajo la carne mortal del periodista Clark Kent. Y bajo tal aspecto es un tipo aparentemente medroso, tímido, de inteligencia mediocre, un poco torpe, miope, enamorado de su matriarcal y atractiva colega Lois Lane, que lo desprecia y que, en cambio, está apasionadamente enamorada de Superman.

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Clark Kent personifica, de forma perfectamente típica, al lector medio, asaltado por los complejos y despreciado por sus propios semejantes; a lo largo de un obvio proceso de identificación, cualquier individuo de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad.

La estructura del mito y la civilización de la novela

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La imagen religiosa tradicional era la de un personaje, de origen divino o humano, que permanecía fijo en sus características eternas y en su vicisitud irreversible. No se excluía la posibilidad de que existiera, detrás de él, una historia; pero esa historia estaba ya definida por un desarrollo determinado y constituía la fisonomía del personaje de forma definitiva.
No es casualidad que Superman sea el superhéroe más popular: no sólo es el más antiguo —«nació» en 1938—, sino también el más claramente delineado, el que posee una personalidad más reconocible.
En cambio, el personaje de los cómics nace en el ámbito de una civilización de la novela. La narración de moda en las antiguas civilizaciones era la narración de algo sucedido ya conocido por el público.

Éste no pretendía que se le contara nada nuevo, sino la grata narración de un mito, recorriendo un desarrollo ya conocido, con el cual podía, cada vez, complacerse de modo más intenso y rico.

Conoce a: la Superciencia

La tradición romántica —cuyas raíces debemos buscar en épocas muy anteriores al Romanticismo— nos ofrece, en cambio, una narración en la que el interés principal del lector se basa en lo imprevisible de aquello que va a suceder y, en consecuencia, en la inventiva de la trama, que ocupa un papel de primera magnitud. Los acontecimientos no han sucedido antes de la narración, suceden durante la misma, y convencionalmente el propio autor ignora lo que va a suceder.

El arquetipo contemporáneo

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Esta nueva dimensión de la narración se paga con un menor carácter mítico del personaje. El personaje del mito encarna una ley, una exigencia universal, y debe ser en cierta medida previsible: no puede reservarnos sorpresas. Un personaje de novela debe ser, en cambio, un hombre como cualquiera de nosotros, y aquello que pueda sucederle debe ser tan imprevisible como lo que puede sucedemos a nosotros.

El mito de Superman:


El personaje mitológico de los cómics se halla en esta singular situación: debe ser un arquetipo, la suma y compendio de determinadas aspiraciones colectivas, por tanto, debe inmovilizarse en una fijeza emblemática que lo haga fácilmente reconocible —es lo que ocurre en la figura de Superman—; pero por el hecho de ser comercializado en el ámbito de una producción «novelesca» por un público consumidor de «novelas», debe estar sometido a un desarrollo que es característico, como hemos indicado, del personaje de novela.
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Le presentamos, querido lector, una selecta lista de las mejores frases, las perlas de sabiduría que este brutalmente honesto príncipe nos ha legado.

Felipe de Edimburgo
vía Wikimedia Commons

Enjoy it!

Una virtud muy apreciada en estos días es la de no distinguir colores ni razas, sino únicamente agruparnos y unirnos como una sola y bella especie:


«Parece que fue puesto por un indio.»
El veredícto del duque de Edimburgo sobre una caja de fusibles durante un tour en una fábrica escocesa en agosto de 1999. Después, él mismo matizó su comentario: «yo quise decir ‘vaqueros’. Es sólo que tengo revueltos a mis vaqueros e indios».

«Si te quedas mucho más tiempo aquí, regresarás a casa con los ojos rasgados.» A Simon Kerby, esudiante británico de 21 años, durante una visita a China en 1986.

«¿Qué no la mayoría de ustedes son descendientes de piratas?»
Frase soltada ante los pacíficos habitantes de las Islas Caimán en 1994.


«¿Y de qué parte exótica del mundo vienes?»
Pregunta que en 1999 hizo a lord Taylor de Warwick, político del Partido Conservador cuyos padres son jamaiquinos. El interpelado respondió: «Birmingham».

Extremadamente sincero

Otra virtud muy despreciada por las nuevas generaciones es la sinceridad; es decir, expresar tus propias ideas sin temer a la opinión de los demás:

«Horrible.»
La opinión del príncipe acerca de Beijing durante un tour en China en 1986.

«Con qué haces gárgaras, ¿guijarros?»
Con cariño para Tom Jones, después del Royal Variety Performance de 1969. Al día siguiente añadió: «es muy difícil ver cómo es posible volverse inmensamente valioso por cantar lo que yo creo que son las canciones más desagradables».

«¡Ojalá hubiera apagado el micrófono!»
Así se expresó de la interpretación de Elton John en el 73º Show de la Royal Variety, durante el 2001.

«Tráeme una cerveza. ¡No me importa de qué tipo sea, sólo tráeme una cerveza!»
Luego de que el primer ministro italiano, Guiliano Amato, le ofreciera los vinos italianos más finos en una cena en Roma durante el 2000.

«Ustedes deben de estar locos.»
Con especial dedicatoria a los habitantes de las Islas Salomón, justo después de que le contaran que el crecimiento poblacional era de 5% al año, en 1982.

«No, probablemente termine escupiéndolo sobre todos.»
Así declinó la oferta de un platillo de pescado del restaurante de Ric Stein en el 2000.

«No se ve que se trabaje mucho en esa universidad.»
Se le oyó decir en las instalaciones de ingeniería de la Universidad de Bristol; no le avisaron que estuvieron cerradas para que la reina y él pudieran inaugurarlas oficialmente en el 2005.

Enseñar nunca fue lo suyo

Como todo hombre de sabiduría: enseñar y esparcir el conocimiento a los jóvenes es una misión que el duque de Edimburgo se ha tomado muy en serio:

«¿Entonces te las has ingeniado para no ser comido?»
Pregunta dirigida, durante una visita oficial en 1998, a un estudiante británico que había emigrado a Papúa Nueva Guinea.

«¿Sordos? Si estás cerca de ahí, no es de sorprenderse que lo estén.»
Dicho a un grupo de niños sordos que estaban parados cerca de una banda caribeña con tambores de acero en el año 2000.

«¿Quién de ustedes está en drogas?… Él parece como si estuviera en drogas.»
Comentario dirigido a un miembro de 14 años de un club juvenil bangladesí en el 2002.

«Se parece al tipo de cosas que mi hija trae de sus lecciones en su escuela de arte.»
Frase dicha cuando se le enseñó arte etíope primitivo en 1965.

«Durante el blitz [los bombardeos de la II Guerra Mundial] muchas de las ventanas de las tiendas reventaron y algunas veces ponían un letrero diciendo: ‘más abierto de lo habitual’. Ahora yo declaro a ese lugar más abierto de lo habitual.»
Al develar una placa en el nuevo campus de Hatfield de la Universidad
de Hertforshire, en noviembre del 2003.

«Lo podrás lograr bajando un poquito de peso.»
A un esperanzado aspirante a astronauta de 13 años, Andrew Adams.

Caballerosidad nula

El trato, el tacto y la manera de referirse hacia las mujeres es una de las características más distinguidas del príncipe:

«Tú eres una mujer, ¿verdad?»
A una mujer en Kenia en 1984, después de haber aceptado su regalo.

«No creo que una prostituta sea más honrada que una esposa, pero ambas hacen la misma cosa.»
Desestimando el argumento de que aquellos que venden carne tienen mayor autoridad moral que los que participan en deportes sangrientos, como la caza, en 1988.

«¡Eso las hace parecer como las hijas de Drácula!»
A las alumnas del Colegio Queen Anne en Reading, quienes traían puesto un uniforme rojo sangre, en 1998.

De osos a osos

Otra de las especialidades del duque de Edimburgo fue la biología, por lo que no perdió la oportunidad de brindar cátedra sobre el tema.

«Si tiene cuatro patas y no es una silla, si tiene dos alas y vuela, pero no es una aeronave, y si pasea por el mar y no es un submarino, los cantoneses se lo comerán.»
Dicho en una reunión del Fondo Mundial para la Naturaleza en 1986.

«Su país es uno de los más notorios centros de comercio de especies en peligro de extinción.»
Al aceptar un reconocimiento de conservación en Tailandia en 1991.

«No se están apareando, ¿o sí?»
Al ver a dos robots chocar entre ellos en el Museo de la Ciencia en el 2000.

«Los gatos matan muchísimos más pájaros que los hombres. ¿Por qué no tienes un eslogan que diga: “mata a un gato y salva un pájaro”?»
Al contarle sobre un proyecto para proteger a las tórtolas en Anguila en 1965.

Con esos amigos…

Un monarca benévolo, como nuestro príncipe, conoce a su pueblo y lo trata como merece ser tratado:

«En la educación, sí no es que en otra cosa, el escocés sabe lo que es mejor para él. En efecto, sólo un escocés puede sobrevivir a una educación escocesa.»
Dicho cuando fue nombrado canciller de la Universidad de Edimburgo, en noviembre de 1953.

«Hace unos pocos años, todo el mundo decía que necesitábamos más tiempo libre, porque todos estaban trabajando demasiado. Ahora que todos tienen más tiempo de ocio se quejan de que están desempleados. La gente no puede decidirse en lo que quiere.»
Un hombre sensible comparte su visión acerca de la recesión que sufrió Gran Bretaña en 1981.

«Mi hijo es dueño de ellas.»
Al preguntarle en un tour canadiense si él conocía las Islas Sorlingas.

Así nací y así me moriré…

Pero lo que un verdadero monarca, más aún, un verdadero hombre, tiene que demostrar, es el reconocer sus deficiencias:

«Nosotros no tuvimos consejeros corriendo por todos lados cada vez que alguien dejaba un arma, y preguntando: “¿usted está bien, está seguro que no tiene un terrible problema?” ¡Tú sólo seguías adelante!»
Sobre el problema del asesoramiento de estrés para militares, durante un documental de televisión que se proyectó durante el 50 Aniversario del Día de la Victoria sobre Japón, en 1995.

«Nunca he sido notablemente reticente en cuanto a hablar de temas de los que no sé nada.»
Dirigiéndose a un grupo de industrialistas en 1961.

«Me gustaría mucho ir a Rusia, aunque esos bastardos mataron a la mitad de mi familia.»
Cuando se le preguntó si le gustaría ir de visita a Rusia.

«Nos iremos a números rojos el próximo año. Probablemente tenga
que dejar el polo.»

Comentario hecho en la televisión estadounidense en 1969, acerca de las finanzas de la familia real.

«Sinceramente hubiera preferido mucho más quedarme en la Marina.»
Cuando le preguntaron qué sentía sobre su vida en 1992.

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Todas las frases presentadas fueron recopiladas del libro The Wisdom of
Prince Philip —La sabiduría del Príncipe Felipe
—(2015), de Anthony A. Butt,
y posteriormente traducidas por Arturo Gallegos García.

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Cantinas de México https://algarabia.com/cantinas-de-mexico/ https://algarabia.com/cantinas-de-mexico/#respond Fri, 24 Sep 2021 14:36:16 +0000 https://algarabia.com/?p=57118 CBR

Imposible clasificar lo único e irrepetible: cada cantina de la Ciudad de México ha tenido su identidad propia. Cada una ha propiciado ambientes y circunstancias que mantendrían ocupados a cronistas y sociólogos de por vida.

He aquí un brevísimo recuento de estos museos vivos donde uno —pese a reformas y prohibiciones legislativas— hasta la fecha, puede formar parte de su exposición permanente.

En la era de la apreciación y el pleno disfrute las cantinas —a pesar de su dolorosa pero inevitable transformación—, continúan siendo los templos de esparcimiento, confesión y desparpajo por excelencia.

La opción más «bara-bara» para el godín —oficinista genérico— que busca distraerse unos minutos de la rutina y, de paso, comer a gusto —y abundante—; centro de reunión para chelear con los cuates a discreción antes de salir de antro; el mejor ambiente para «quedar bien» con la familia política y disolver entre copas prejuicios, dudas o diferencias; escala obligada para «agarrar valor» antes de declarársele al oscuro objeto del deseo; o caso contrario: terminar con esa relación tormentosa que roba todo aliento, todo sueño —y todo sueldo—; todos, unos cuantos ejemplos de la infinita gama de escenarios que alojan estos espacios de convivencia etílica.

De la religiosidad a la «botana»

La cantina —palabra de origen italiano que significaba ‘bodega, sótano donde se guardaba el vino’—, como la conocemos, es el resultado de la evolución que tuvieron las vinaterías, tabernas y pulquerías desde el Virreinato.

Las primeras disposiciones para regular la venta de embriagantes —en particular el pulque— datan de 1529, y éstas vinculaban al alcohol con las prácticas religiosas prehispánicas. Así, dentro del nuevo orden religioso, se buscaba prohibir la bebida a la par que los «cultos paganos».

Por supuesto, tales medidas no sólo fueron desdeñadas entre la población indígena, sino que la naciente población novohispana —mestizos y criollos—, también se hizo asidua a las bebidas regionales.

El aumento desmedido en el consumo de alcohol, así como la necesidad de las autoridades por regularlo, obligó a delimitar el número y tipo de expendedores en el siglo XVII.

También se estableció que cada expendio debía ofrecer «bocadillos» —lo que ahora llamamos «botana»—, para evitar que los clientes se emborracharan muy pronto.

Los dueños de los locales empezaron a ofrecer tamales, chalupas, molotes y demás antojitos tradicionales —como hasta la fecha—, y pronto se dieron cuenta que con ello la gente bebía más.

De ahí vino la costumbre de que cada local se esmerara en cocinar algún platillo especial, pues la fama de éste era garantía de una mayor clientela.

«Amistades ilícitas»

En aquel entonces, mujeres y hombres convivían en tabernas y pulquerías, pero como compartían los mismos «baños» —llamados «corralones»—, ya ebrios, ahí ocurrían toda clase de ilícitos: «amistades ilícitas», prostitución e incluso violaciones.

Para prevenir esto, en 1794 el virrey Juan Vicente de Güemes ordenó la construcción de dos corralones en cada expendio: uno para cada sexo.

Aunque esto redujo los conflictos al interior, éstos se desataban afuera de los expendios, sobre todo durante la noche: «la convivencia de hombres y mujeres, así como las disputas por los juegos de azar, provocaban desacuerdos que derivaban en peleas e incluso en homicidios».1

Un recuento de «muertes accidentales» y de crímenes ocurridos —entre 1800 y 1821— dio como resultado que había una notable relación entre el consumo de alcohol y estos delitos.

De ahí que los expendios empezaran a prohibir la entrada a mujeres, pues muchos conflictos surgían por celos, rompimientos, adulterios, crímenes pasionales y demás incidentes entre parejas.

De la guerra al high ball

En 1847, durante la guerra contra los EE.UU., los soldados estadounidenses buscaban beber y divertirse como lo hacían en su país, es decir, en los saloon que proliferaron durante el llamado Viejo Oeste.

Para satisfacerlos, varios taberneros comenzaron a adaptar sus negocios con esa estética; de ahí la instalación de barras y de anaqueles con espejos para exhibir las botellas —o las célebres puertas de vaivén en la entrada.

En 1861, al finalizar la Guerra de Reforma, los liberales remataron las bodegas de vinos y el mobiliario opulento de Maximiliano y sus allegados; eso y la «moda afrancesada» —en parte promovida por el mismo Juárez—, ampliaron los gustos, la variedad de bebidas que se consumían en México y fomentó la elegancia en la decoración de bares y cantinas.

Sobre cómo cambiaron las cantinas de finales del siglo XIX, apunta Armando Jiménez en su célebre Picardía mexicana: «Al poco tiempo cundieron en lugares céntricos limpísimos salones con cantinero bien peinado y afeitado; altos mostradores con barra de metal pulida, a su pie; mesitas con cubierta de mármol; camareros que servían a la clientela con largos mandiles blancos, albeantes de limpieza.

Comenzaron a saborearse las bebidas compuestas con ingenio, en las que se mezclaban sabores diferentes, para sacar una sobresaliente que era distinta. Así surgieron los cocktails: high balls, drackes, mint juleps, etcétera».

Reliquias de sí mismas

En 1872, al morir Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada asumió la presidencia interina. Uno de sus actos consistió en regular y expedir licencias para las cantinas. De aquella época provienen consignas que aún pueden leerse en la entrada de algunos sitios: «No se permite la entrada a mujeres, uniformados ni indios».

Luego, durante el porfiriato, se unificó su concepto hacia el resto del país y, durante el siglo XX, fueron desapareciendo por infinidad de causas —muerte de los dueños originales, mala administración, cambios de giro comercial, adaptación a restaurantes, etcétera—.

Jamás se volvieron a expedir licencias de cantina; las que existen ahora son de restaurante-bar y, las contadas que restan, ya son reliquias de sí mismas. Oficialmente permitieron la entrada de mujeres en 1982, pero muchas ya lo practicaban desde 1975, cuando se conmemoró en México el Año Internacional de la Mujer.

Tan vilipendiadas por las buenas conciencias y trastornadas por las leyes, las cantinas perviven: son lo más cercano que nos queda para desear a todo mundo, con sincera emoción, un poco de ¡Salud!

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