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Cuando la Unión Soviética espió a México

Y dale con el chisme, mejor váyanse a otro lado.

Las personas somos curiosas. Queremos saber qué hacen los demás, cómo lo hacen, cuándo lo hacen y por qué lo hacen. Esa manía de «meter las narices» donde no nos incumbe explica explica que el espionaje haya existido a lo largo de toda la historia.

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Sin embargo, el carácter militar y político con el cual lo conocemos hoy en día es mucho más actual. Desde las grandes guerras mundiales los países han sido víctimas y también han perpetuado el espionaje a través del desarrollo de la tecnología.

Los avances en este ámbito permitieron una mayor y mucho más específica vigilancia tanto a los países como a los ciudadanos. Fue al terminar la Segunda Guerra Mundial y al iniciar la Guerra Fría que inició una época llena de «oídos en las paredes».

En 1945 la guerra entre las Potencias del Eje y los Aliados había terminado. Después de seis años de guerra por fin el mundo estuvo de nuevo en paz. Aunque no por completo pues, a pesar de que eran del mismo «bando», EE.UU. y la Unión Soviética generaron bastantes tensiones políticas durante el conflicto.

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Históricamente es conocida como la Guerra Fría a la serie de disputas que desde entonces hasta 1989 ambas naciones tuvieron. Durante casi medio siglo los dos países compitieron por ser «la primera potencia mundial». Por ello, tanto la URSS como EE.UU. montaron redes de espionaje en sus vecinos para mantenerse «checaditos» y claro, México fue uno de los blancos.

Venona y otras palabras indescifrables

«Venona» fue el nombre que utilizaron profesionales del espionaje norteamericano para llamar a las más de dos mil comunicaciones secretas registradas de 1940 hasta 1948 entre Moscú y varias estaciones de inteligencia soviéticas en todo el mundo.

La palabra no significa nada, fue inventada y cambiada por otras en numerosas ocasiones, sin embargo, designa uno de los actos más representativos e importantes de nuestra era: el espionaje.

El Servicio Secreto Ruso —KGB por sus siglas en ese idioma— estableció redes de espionaje propiamente en la Ciudad de México hasta 1943. Su operador más importante fue el asesino de León Trotsky, Ramon Mercader del Río, quien fue encarcelado después de realizar el crimen.

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Sus alias en las conversaciones de la KGB realizadas ilegalmente por radio eran «Gnomo» y «Rita» y una de las misiones de la Unión Soviética era perpetuar su fuga del Palacio de Lecumberri donde estaba preso. El primer mensaje sobre el asunto fue transmitido desde la capital mexicana a Moscú en 1943. Las palabras clave eran «cirugía» para la fuga, «hospital» para la prisión y «enfermedad» para la condena.

Finalmente la «enfermedad» del «Gnomo» en el «hospital» fue pagada pues la «cirugía» no logró llevarse a cabo. Algunas personas culpan a la madre de Ramón, Caridad, cuyo nombre clave era «Klava», por entrometerse en el proceso.

Pero ésta no fue la única razón, probablemente también influyó la falta de organización que existía entre los agentes encubiertos que trabajaban en la misión. «Gnomo» pagó la condena y al salir viajó a Moscú. Finalmente murió en Cuba en 1978.

Otro caso fue el de Natalia Sedova, la viuda de Trotsky, quién vivió más de veinte años en la pequeña casa donde ambos habitaban en la Ciudad de México antes del asesinato. La mujer, dañada psicológicamente por la pérdida, apenas si recibía visitas pero mantenía su labor política internacional.

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Por ello la KGB asignó a un agente para dedicarse únicamente a su vigilancia. Floyd Cleveland Miller, con nombre clave «KhE», viajó desde Nueva York hasta México y se mantuvo cerca de Natalia. Ella murió en 1962 en Francia pero sus cenizas descansan en la Museo Casa de León Trotsky.

Más que simple curiosidad

A lo largo de la historia gran cantidad de países han invadido aspectos políticos y personales de sus vecinos. Pero más que ser simple curiosidad, el espionaje ha sido, es y será una violación a la soberanía. Soberanía de los países, de una población y de los individuos.

***

Texto retomado de: Schwartz, Stephen, «La KGB en México», traducido por Mario Ojeda Revah, Vuelta, No. 249, Agosto de 1997, p. 19-25

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