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Emblemas del Arte Japonés

He aquí un brevísimo repaso a los artistas —y algunos acontecimientos— que definieron las características de «lo japonés».
Emblemas del arte japonés

Japón es, sin duda, una de las naciones más reconocibles del mundo, no sólo por su poderío económico, avanzada tecnología y sus tradiciones —con más de 1600 años de antigüedad—, sino porque al ser un conjunto de islas, eso le permitió desarrollarse durante siglos sin gran influencia de otros pueblos —prueba de ello es que, aunque perdió varias guerras, jamás ha sido conquistado por otras naciones—. He aquí un brevísimo repaso a los artistas —y algunos acontecimientos— que definieron las características de cuanto ahora podemos reconocer como «lo japonés».

Al terminar el primer tercio del siglo XIV, Ashikaga Takauji, primer shōgun —comandante del ejército nombrado por el emperador— instauró el segundo régimen feudal de índole militar; estableció la capital en Kioto e instaló su residencia en el barrio de Muromachi —así se llama al arte que surgió durante esta época—. Al periodo histórico se le conoce como Shōgunato Ashikaga (1338-1573), y en éste no se logró la unidad política quebrantada por revoluciones y guerras civiles, pero a cambio se alcanzó cierta prosperidad económica, se ampliaron las relaciones comerciales con China y se afirmó el Budismo Zen como religión oficial.

Los bonzos zen —monjes budistas— se volvieron los guardianes de la cultura en un pueblo de guerreros; a ellos se debe la elaboración de una estética propiamente japonesa, que tiene como punto de partida:

«La observación de la naturaleza para hallar en ella la huella divina».

Aunque la población seguía importando gran cantidad de obras artísticas chinas, los artesanos japoneses huyeron de la imitación servil en busca de creaciones originales.

El aprecio del arte llevó a la construcción de pabellones especiales llamados tokonama y chaseki, en los que bonzos y nobles se reunían para contemplar pinturas, charlar y tomar el té, costumbre convertida en una prolija ceremonia, que obligó a los artesanos a crear un bello utillaje en cerámica y en bronce.

La arquitectura siguió estando bajo el influjo de China. De esa época son el pabellón Dorado y el pabellón de Plata, ambos en Kioto. Ambos son de planta cuadrada, tienen tres y dos pisos respectivamente, con tejados salientes y curvados, abiertos por amplios huecos adintelados en la planta inferior y con ventanas de medio punto en el piso alto. La gran novedad la constituyen sus jardines zen, suprema creación nipona, cuyo planteamiento consiste en disponer a escala diminuta una imitación de la naturaleza, con sus rocas, arroyos y demás «accidentes».

La manifestación artística de mayor interés en la época Muromchi fue la pintura. El entusiasmo por el género chino en tinta desarrolló el suiboku-e, cuyo emblema es el pintor Sesshu Toyo quien, después de pasar dos años en China, sustituyó la copia de los modelos continentales por el paisaje típicamente nipón.

Sesshu había sido discípulo del monje Tensho Shubun, quien también era escritor y administrador de un monasterio en Kioto, y que había establecido las normas para una pintura de paisaje que lograba efectos de profundidad mediante el escalonamiento de la composición en dos o tres planos. Con estos paisajes se empiezan a decorar biombos y —a veces— se enlazan varios paisajes en un sólo conjunto valiéndose de transiciones para representar las cuatro estaciones. También se elaboran rollos verticales llamados sbigajiku y se combina la pintura con poesía caligrafiada.

El llamado estilo Muromachi florecería en la escuela fundada por Masanobu Kanō, un pintor laico que prescindía de los símbolos religiosos del zen y, por lo mismo, pintaba con mayor libertad. Su hijo y sucesor, Motonobu Kanō —la mayor figura de esta escuela—, decoró el monasterio fortificado de Hongan-ji, en Osaka, en colaboración con su hermano Yukinobu y sus tres hijos. Motonobu asimiló las influencias chinas y creó la gran pintura mural japonesa, que alcanzó su desarrollo en los siglos XVI y XVII.

Al margen de este «arte oficial» —protegido por el emperador—, existía otra corriente popular —de tendencia nacionalista— el yamato-e, un estilo de pintura inspirado en las obras pictóricas de la dinastía Tang, desarrollado a finales del periodo Heian (794-1185).

El yamato-e se caracterizaba por usar tonalidades fuertes y porque sus temas, por lo regular, eran representaciones de escenas literarias.

Momoyama

Mientras estos artistas influyen con su obra el siglo XV —y parte del XVI—, la anarquía se apodera progresivamente del país; los generales Nobunaga y Hideryo I, intentan sobreponerse a los pequeños estados que luchan entre sí y tratan de conseguir una reunificación. La época Momoyama empieza en 1568, bajo la dictadura del daimyō —señor feudal— Nobunaga Oda, quien gusta de un arte grandioso y refinado, que lo exalte como héroe y en el que se empleen los materiales más costosos. Oro, plata y laca se empiezan a aplicar no sólo a los objetos decorativos, sino también a la pintura para conferirle mayor suntuosidad. Son típicos de esa época los grandes biombos de laca realizados con oro.

Nobunaga eligió para su servicio personal a Eitoku Kanō —de la cuarta generación Kanō— y le encargó realizar diversos biombos de Vistas de Kioto en perspectiva caballera, así como la hoy destruida Decoración del castillo de Azuchi.

Rival de Eitoku fue Hasegawa Tōhaku, procedente también de la escuela Kanō y practicante de la pintura monocroma, quien estableció un taller con sus hijos y captó una buena clientela de nobles, militares, religiosos y burgueses. Igualmente procedía de esta escuela el pintor Yūshō, Kaihō, creador de un estilo cursivo y simplificado en los cincuenta rollos verticales del Monasterio Kennin-ji, en los que pinta por degradación de la tinta, prescindiendo del contorno. También pintó biombos en color y con frecuencia firmó sus obras —algo poco habitual para la época.

Lee el artículo completo en Algarabía 172.

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