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Beethoven

por G.G Jolly
Beethoven

Si es verdad aquella metáfora de San Agustín que pinta a los seres humanos con aceitunas y oro en bruto, y hace de la vida el proceso de molienda mediante el cual la Providencia extrae del sufrimiento el más puro aceite y el oro de más quilates, Beethoven es el caso paradigmático.
Es por ello quizás que ansiaba ser comprendido y aun justificado por la posteridad: «¡Oh, hombres que me juzgáis malevolente, testarudo o misántropo, cuán injustos sois conmigo! Ignoráis la razón de que parezca así», escribió.
Ya en vida autorizó un primer intento biográfico y, 
tras su muerte, dejó innumerables partituras inéditas, bocetos, cartas y un diario; legó una biblioteca leída
 y subrayada y, en especial, 400 de los llamados «cuadernos de conversación», que contienen la charla cotidiana y sin censura de un «hombre sordo que escuchaba lo infinito», como lo llamó Victor Hugo.
«Deseo probar que cualquiera que actuare recta y noblemente puede, sólo por eso, soportar el infortunio», Ludwig Van Beethoven.
Ludwig nació en Bonn, en el Electorado eclesiástico de Colonia; su padres fueron Johann van Beethoven,
 un tenor mediocre y, a ratos, maestro de piano y violín, y Maria Magdalena Keverich. Fue bautizado el 17 de diciembre de 1770, pero tal vez nació el 16, pues ese día celebraba su cumpleaños.

Johann inició brutal y caprichosamente la educación musical de su hijo al percatarse de su talento, con la esperanza de volverlo un redituable niño prodigio. Aunque él mismo creía ser un Leopold Mozart —muy lejos estaba de ello— recurrió a varios conocidos para instruir al pequeño Ludwig. Tampoco éste era un nuevo Wolfgang Mozart, pero sí un intérprete virtuoso del clavecín y el órgano que, solitario y retraído en un mundo de fantasía, comenzó a componer piezas para piano y canciones hacia los 11 años.

«El primero de los románticos…»

Con el tiempo empeoró el alcoholismo de Johann y, a
la par, la situación de la familia, de la que Ludwig pasó
a ser sostén y líder. Este Beethoven adolescente respiró los aires del Sturm und Drang 1 «Tempestad e ímpetu»: corriente literaria y artística alemana de finales del siglo xviii cuyos mayores exponentes fueron Friedrich Schiller y Johann Wolfgang von Goethe. v. Algarabía 102, marzo 2013, «Todos somos románticos»; pp. 66-109. y la Aufklärung2 La ilustración alemana.; si bien nunca fue un intelectual de las letras o las ideas, sí era un lector voraz y se rodeó de amigos que cojeaban de 
la pata filosófica. No extraña, pues, que una de las más bellas frases de Immanuel Kant, centro de gravedad de la Ilustración alemana, fuera adoptada por Beethoven para resumir su cosmovisión: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado y la 
ley moral dentro de mí».
De allí, podemos aventurar, asimiló ideas como: la aristocracia del mérito y la virtud, el concepto de artista heroico, un teísmo naturalista, la fe en el progreso, la fraternidad universal o la ética del deber. No le falta razón a Romain Rolland cuando afirma que Beethoven era, ante todo: un hijo de la Ilustración del siglo xviii, un clásico, que hubiera detestado el sentimentalismo, la falta de lógica y la imaginación desordenada de los románticos del xix.

«…y el último de los clásicos»

La muerte de sus padres y un cambio radical de contexto rompieron el silencio creativo de su adolescencia, con lo cual dio el salto definitivo hacia la grandeza. Esto sucedió en 1792, cuando se le patrocinó un viaje a Viena, la capital musical de Europa, para estudiar nada más y nada menos que con el mayor de los compositores vivos, Joseph Haydn (1732-1809).
A los 12 años de edad Beethoven logró viajar a Viena, donde Mozart pudo escucharlo interpretar una melodía.
Al cumplir los 30 años, este hombre robusto y fuerte, sobrio y trabajador, temperamental y enérgico, dominaba ya como intérprete virtuoso, imbatible improvisador, maestro de la música de cámara y creador siempre polémico. Algunos miembros de la nobleza de Viena, más abiertos, lo mimaban y parecían tolerar sus desplantes, irreverencia y desfachatez, dando la razón a su sentencia: «Hay y ha habido mil príncipes, pero sólo un Beethoven». Su siguiente paso fue retomar el género sinfónico esculpido por Haydn y partir de las alturas formales y las profundidades metafísicas donde Mozart lo había dejado. El éxito parecía estar a la vuelta de la esquina, y el futuro, garantizado…

Entre la resignación y el suicidio

Es entonces que su oído empezó a fallarle… Intentó refugiarse en una mujer —una heroína a la manera de Leonora, salvadora del preso Florestán, en su única ópera, Fidelio (1805)—. Beethoven, sensibilísimo a la belleza a pesar de ser más bien «feo», nunca dejó de enamorarse ni de fascinar a las mujeres.
Pero su cuna plebeya y fortuna aún incierta le descalificaban como prospecto serio. Este violento ir y venir pendular entre enamoramientos y decepciones hasta lograr 
una melancólica resignación impregna buena parte de su obra: desde las enormes ansias de felicidad que hallamos en su Septeto o la 1ª sinfonía hasta las dolorosas sonatas Op. 10/3 y 13; o el contraste entre el desgarre feroz de la Op. 30/2 y la integración de las pasiones en la Op. 57. 3 A Ludwig van Beethoven le son atribuidas 138 composiciones, a las cuales numeró como Opus —Op.—. Fue uno de los primeros compositores en hacerlo.
Todo esto le arrojó hasta el borde de la desesperación en el otoño de 1802. Consideró el suicidio. Sólo el arte se lo impidió. Decidió no dejar este mundo hasta no producir toda la música que hervía en su interior. No es coincidencia que, a partir de este momento, se desate una fuerza de la naturaleza de proporciones homéricas —de la que habla Rolland— en guerra permanente contra el Destino, por la cual vieron la luz la monumental 3a sinfonía, la imponente 5a, las sonatas Op. 26, 31, 47, las oberturas «Egmont» y «Coriolano» o el concierto Emperador.
Antes de conseguir fama y estabilidad económica, Beethoven se alquilaba para «poner música» a canciones populares.
Escucha lo mejor de la obra de Beethoven aquí y si quieres conocer más sobre él, consulta Algarabía 119.

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