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Lupanar

Hoy, prostíbulo, burdel, casa de citas o cualquier palabra que asigne el lugar donde se albergan las mujeres de la «mala vida» es un lupanar.
Lupanar

Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!
Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!
Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta.
Poncia: ¡Bernarda, respeta la memoria de mi madre!
Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
[Fragmento de La casa de Bernarda Alba, obra de teatro escrita por Federico García Lorca en 1936].

Salida de la boca de la mismísima Bernarda Alba, la palabra lupanar no puede significar más que «lugar maldito, centro de la perdición y del pecado carnal». Pero se trata de Bernarda Alba, y Federico García Lorca decidió que la protagonista de su obra condensara toda la carga negativa: abuso de autoridad, rigidez, fanatismo religioso… y sobre todo, castidad.
Si, así como estamos, giramos 180 grados y miramos hacia el extremo opuesto, donde los romanos celebraban con intenso jolgorio bacanales gloriosas; ya mejoramos nuestro ánimo, por lo que se recomienda, querido lector, mantener este espíritu mundanal y lascivo para continuar con la lectura.

De esta tradición —las «fiestecitas» en honor a Baco1 Tomando prestada la imagen de Dionisio, Baco se incorpora junto con sus bacanales en territorio romano durante los últimos siglos de la República —del IV al I a. C.—.— se desprendieron, fusionaron y confundieron otras, en las que las ofrendas a Fauno, dios vinculado a la fertilidad, la agricultura y el ganado, y los favores de Luperco, protector de los lobos, se hicieron una sola celebración.
Los rituales sexuales consagrados, posteriormente, a Fauno Luperco tuvieron lugar en los santuarios del Ara Máxima donde las «lobas» —del latín, lupas2 En el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Corominas asienta lobo, del latín lupus, registrado en 1057.— practicaban actos de prostitución sagrada con los luperci, sacerdotes dedicados a este dios.

La asociación prostitutas = lobas también resultaría de su lugar de residencia, ya que generalmente se refugiaban en los bosques, donde esperaban a los hombres que pasaban por el lugar y brindaban sus servicios —a veces, no solicitados; pero seguro, no despreciados— para, luego, consumar, en caso de ser necesario, el robo.
Este espacio que albergara lupas y su intercambio —sexo por paga— de manera voluntaria o no, colectiva o no, sagrada o no, fue considerado un lupanar.

Otra versión acerca de la historia etimológica de este término se remonta al origen mítico de Roma,3 En épocas del historiador Tito Livio (59 a.C. – 17 d.C.), comienzan a circular versiones de la fundación de Roma con una línea más «nacionalista» al integrar elementos «genuinamente romanos». e involucra a Lupa o Acca Larencia, a quien diferentes fuentes identifican como la mujer de Fáustulo —el pastor que salvó y crió a Rómulo y Remo en el río Tíber—, y la madre adoptiva, «la loba» que amamantaría en el Lupercal a los futuros fundadores de la ciudad romana. Acca Larencia, expulsada al bosque por su vida licenciosa, también es reconocida como una sacerdotisa que ejercía la prostitución sagrada. Apodada Lupa por los pastores, al morir donaría sus tierras al pueblo romano.

Más cerca de la realidad que de la mitología, de quién sino de Calígula, tercer emperador de Roma, pudo ser la tan ingeniosa idea de integrar el primer lupanar público en su palacio. A partir de entonces, la figura de la cortesana —con mayor o menor aceptación— no dejaría de acompañar a los jefes de Estado y a la realeza.
Es evidente que, con la irrupción de los mandamientos cristianos, poco pudo quedar de las tradiciones que éstos denominaron paganas y que vinculaban al sexo con la religión. Hoy, prostíbulo, burdel, mancebía, casa de citas o cualquier palabra que asigne el lugar donde se albergan las mujeres de la «mala vida» es un lupanar.

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