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¡Santo remedio!

Por Francisco Massé.
Santo remedio

Como fui un niño enfermizo, mis primeros recuerdos, invariablemente, llegan aderezados con gripes, toses, dolores de estómago, diarreas y demás encuentros cercanos con el inodoro. Mi madre se ganaba la vida como enfermera, así que estos trastornos fueron oportunamente tratados con un abanico de jarabes, cápsulas y fármacos intramusculares. Pero ahora creo que lo que realmente obró milagros en mi salud fueron los remedios que, sabia y amorosamente, mi abuela me suministró a espaldas de mi madre. ¡Santo remedio!

Este compendio de remedios, que se funda en una añeja tradición empírica, cuenta con una solución efectiva para cualquier padecimiento, molestia o dolor. Lo que ahora comparto es real, y están mi carne y piel para constatarlo.

Aparato digestivo -boca, panza y más al fondo-

Tomemos, para empezar, algo tan simple como los antojos. Éstos son los culpables de que broten postemillas—o aftas— en la boca y lengua. Para erradicarlas, bastará aplicar bicarbonato con jugo de limón y dejar que la espuma actúe sobre las ulceraciones o, bien, se debe procurar que el afectado sacie el culpable apetito; pero, si éste tiene un recurrente gusto por un solo platillo, es signo de que alberga lombrices en su intestino; así que, como es la lombriz quien lo pide, prívela de él hasta que el parásito abandone el organismo, por donde sea.

Ahora que, si por andar cumpliendo antojos, alguien sufre de empacho —especie de indigestión o constipación—, o si se le queda algo pegado, nada mejor que una jalada de cuero: tienda al enfermo bocabajo con la espalda descubierta, tome con todos los dedos de ambas manos sendas porciones de piel, a la altura de la columna y, como si estuviera calando la casta de un perro fino, pellizque y levante el cuero hasta que se escuche un chasquido, señal inequívoca de que la obstrucción ha cedido y que el empacho ha sido curado. Un remedio digno de Torquemada.

Una variante del método anterior es la ventosa: unte el interior de un vaso mediano con alcohol, colóquelo cerca de la espalda del enfermo y préndale fuego; antes de quela llama se apague, presione la boca del vaso contra la piel. Esto crea un vacío que, literalmente, succiona el cuero. Una vez colocado el implemento, podrá deslizarlo a lo largo del área vertebral hasta eliminar el empacho—aunque, por el dolor que genera, también podría utilizarlo para hacer confesar hasta al más necio.

Llegando al final del aparato, hablemos de excreciones. Si alguien no puede orinar, el remedio es sencillo: escarbe un poco en su jardín hasta encontrar algunas cochinillas —ésas que se hacen bolita al tocarlas—, extraiga un puñado de esa tierra, con todo y bichos, agregue un poco de agua, mezcle y aplique esta composta en las partes nobles del afectado; el hormigueo—y quizá el horror— causado por los animalillos en su entrepierna habrá de aliviar la continencia. Si más que no poder orinar, el enfermo sufre de no poder cagar, el remedio es más benévolo: recurra a una pócima de gordolobo bien cargada, combinada con la inserción de un supositorio de glicerina. Les aseguro que ninguno delos dos remedios causa adicción.

Del aparato respiratorio y otros aires

Cuando se llegue usted a mojar —ya sea que lo pesque un aguacero, pise un charco o lo haya sorprendido el Sábado de Gloria—, simplemente ensalive la yema de sus dedos pulgar e índice y con ellos humedezca los lóbulos de sus orejas. Con esto evitará que, encima de mojado, termine en cama con un resfriado. Pero si, con todo, usted se resiente y empieza a padecer molestias en la garganta, tome un cuadrito de azúcar dominó, remójelo en petróleo —un poco difícil de conseguir en estos días— y chúpelo como si fuera un dulce. Eso sí, ¡ni se le ocurra intentarlo con gasolina!

Hay que tener especial cuidado con el aire de la calle: un chiflón en el ojo hace que éste se irrite y enrojezca, en cuyo caso tome la mano del gato —sí, el animal; si no tiene, consiga uno— y frote con su dorso el ojo afectado. Si el aire entró en el oído y éste se ha infectado o tapado, coloque unas ramitas de ruda —arbusto sumamente oloroso— en el orificio del oído; aunque lo mejor para destaparlo es insertar un cigarrillo encendido —del lado del filtro, por supuesto— y dejarlo hasta que se consuma. Por último, hay que evitar que los niños hablen en la calle, porque, con el viento, se les puede meter el diablo por la boca. Y ahí sí, ya no hay remedio…

Y hablando de niños

A continuación les damos algunos consejos para el óptimo desarrollo de los pequeños:

  • Para favorecer el crecimiento, suministre una estirada en luna tierna: durante la noche de luna tierna —la que sigue a la luna nueva—, acueste al niño en la cama de modo que pueda asirse de la cabecera, mientras usted lo sujeta de los pies; a la cuenta de tres, jale al niño lo más fuerte que pueda sin que se suelte, sosteniendo el estirón por unos segundos. Repítase cuantas veces crea necesario.
  • Para el dolor de rodillas, que, se asume, es debido a la falta de ingestión de cebolla, suminístrela en abundancia. Pero, si aun así el pequeño se queja por las noches, encienda una bombilla convencional; cuando esté caliente, coloque una prenda del niño—preferiblemente un calzón limpio— sobre el foco por medio minuto y aplíquelo sobre la rodilla dolorida. Repita el proceso hasta que el dolor ceda—o la piel empiece a enrojecer.
  • Si el niño tiene el pelo chino y la gente se le queda viendo, es conveniente que estas personas se lo toquen, sin malicia ni envidia, para no causarle el mal de ojo, que arruinaría para siempre los rizos dela criatura.
  • Precauciones con los bebés: estos angelitos, aun en el vientre de su madre, son víctimas de los más perversos daños —como el mal de ojo. Para evitarlos, amarre en el vientre de la madre un listón rojo; si el niño ya nació, póngale al niño una pulsera hecha de coral rojo, un escapulario o una cadenita de oro. Estos objetos contrarrestarán las malas vibraciones.
  • Y para curar el hipo, el remedio es popular: consiga un hilito rojo, adhiéralo con saliva a la frente del inocente y verá cómo, casi instantáneamente, las contracciones desaparecen.

De todo, como en botica:

  • Para fortalecer el organismo: un buen baño a jicarazos con agua serenada —expuesta a la intemperie durante toda la noche— resulta insuperable. Surte un mejor efecto si el vital líquido fue bañado por los rayos de la luna llena.
  • Para el dolor de cabeza: nada como los chiqueadores, ya sean confeccionados con rodajas de papa colocadas sobre las sienes o bien con ramitas de ruda sobre las orejas.
  • Para el mal de ojo —que consiste en un malestar generalizado causado por la vista pesada, sostenida y maliciosa de alguna persona— existen variadas defensas: un ojo de venado —especie de castaña con una franja negra en su ecuador, aunque a ciencia cierta no sé lo que es—, un listón rojo amarrado en forma de moño o un ajo macho —de los grandes.
  • Para el acné, calvario de los adolescentes, existe una amplia gama de remedios: desde untar la piel con hiel de pollo o aplicar tomates asados, aún calientes, en la espalda del barroso, hasta la aplicación de pasta de dientes, toques de tintura de yodo, agua de rosas con alcohol, agua de arroz o bicarbonato con limón. Aunque, si no se observa mejoría en el cutis del joven paciente, seguramente el acné se debe a la virginidad o la abstinencia sexual prolongada, en cuyo caso, sólo un buen encontronazo cura al afectado —y, si aún conserva objeciones morales, recuerde la frase del inmortal Arturo de Córdova, que en este caso «sí tiene la mayor importancia»: «una cosa es la moral y otra la fisiología».

Crímenes y castigos -En el pecado se lleva la penitencia-

El complemento de esta suerte de herbolaria está constituido por una serie de axiomas que no tienen otra finalidad que evitar que el mal —no la enfermedad, sino lo malo, la maldad o hasta «el Maligno mismo»— se apodere de uno. Es muy útil inculcar estos principios a los niños, quienes, en su inocencia, pueden cometer toda serie de errores que tendrían consecuencias impensables. Así, pues, haga que sus hijos memoricen lo siguiente:

  • Si apuntas hacia el arcoíris, te saldrán verrugas o mezquinos en el dedo y sólo se te quitarán el día que granice y te puedas frotar un granizo en él.
  • Si juegas con cerillos o fuego, te orinarás en la cama por la noche.
  • Si te levantas de la mesa a medio comer, se te enchuecará la boca —aunque existe un remedio para esta contrariedad: una pizca de sal en la lengua antes de levantarse; esto funciona muy bien para tener los quietos en la mesa.
  • Si el aire te golpea mientras lloras, te saldrán perrillas —abscesos en los ojos—; lo mismo sucederá si miras por mucho tiempo las piernas —u otras partes más íntimas— de una muchacha. Para sanarlas —las perrillas, no las muchachas— aplique un chile en el ojo.
  • Si golpeas a un mayor, se te secará la mano infractora; si comes pan con agua, te saldrán lombrices —es decir, se generarán solitarias u otros parásitos en el intestino—, y si te cortas el pelo después de comer, puedes quedar loco.
  • Si usas tacones altos siendo niña, te saldrá sangre por la nariz, por la boca y por otros lados.
  • Si ves a alguien gozando de un platillo, evita mirarlo con insistencia y, sobre todo, que se te antoje lo que come, porque si lo haces, le robas la sustancia.
  • El axioma anterior también funciona a la inversa: si estás a punto de saborear algún bocado y éste, sin causa aparente, resbala del tenedor o cuchara, y va a dar al suelo, de seguro a alguno de los presentes se le antojó. Y es bien sabido que la comida que toca el suelo no debe comerse, porque ya la chupó el diablo.

El pilón: tres sobre la fortuna

  • Es del dominio público que romper un espejo es de mala suerte —siete años, nada menos—, pero el conjuro es simple: sumerja las partes del mismo en una cubeta con agua, de modo que ésta mate los filos.
  • Si le zumban los oídos de repente, es porque alguien habla mal de usted. Para conjurarlo, debe hacer la señal de la cruz con la mano y ponerla junto al oído afectado o, si sabe de quién se trata, insulte al susodicho en silencio hasta que el zumbido cese.
  • Y, finalmente, si le duele el codo de repente, es porque muy pronto alguien le pedirá prestado, mientras que si lo que siente son cosquillas en la palma de la mano, lo que le espera es un dinero con el que no contaba.

Mi abuela decía —y decía bien— que con tanta cosa que se ha soltado, uno debe andarse con cuidado. Así que tome de las líneas anteriores lo que mejor le sirva y aplíquelo sin temor. La salud y fortuna de usted y los suyos se lo agradecerán, y quizá también esa señora de quien mal aprendí todo esto y que quizá ahora mismo, donde quiera que esté, haya esbozado una leve sonrisa.


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