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Cómo hacemos Algarabía

¿Alguna vez te has preguntado cómo se eligen los temas de Algarabía? ¿Qué criterios usan los editores para planear los especiales, dossiers y temas de portada?

¿Alguna vez te has preguntado cómo se eligen los temas de Algarabía? ¿Qué criterios usan los editores para planear los especiales, dossiers y temas de portada?
¿De dónde salen los textos rescatados de los abismos del tiempo, las traducciones de revistas y libros de difícil acceso en México, y los artículos hechos ex profeso para esta publicación? ¿Y cómo es que se le da orden y concierto a toda este mar de tópicos, palabras, frases, autores e imágenes?
Desde el principio, una de las premisas fue, no generar conocimientos ni ser una revista «de plumas» o autores reconocidos, sino poner la cultura —entendida en un sentido muy amplio, de donde sea que ésta se encuentre: en voz de un especialista, en un libro descontinuado, en una fuente de Internet, en una revista científica— al alcance de un público amplio. Así, los artículos de la revista tienen tres orígenes posibles: un tema descubierto o propuesto por alguno de nuestros obsesivos editores, y desarrollado por la redacción; el rescate de un artículo perdido, descontinuado o de difícil acceso —por ejemplo, revistas especializadas que no circulan en México o libros en inglés—; y los textos por encargo, normalmente resueltos por un entendido en el tema.
Los días miércoles de casi todas las semanas, los miembros de la redacción de Algarabía se reúnen en la biblioteca de la editorial, y entre risas, bromas, anécdotas, canciones y uno que otro regaño, ponen en la mesa sus propuestas de la semana. A veces, una simple caminata por la ciudad o por alguno de los estados detona una idea que termina convirtiéndose en un artículo; lo mismo sucede con un hecho inusitado, una plática con un amigo, un familiar o un completo desconocido que, en el protocolo de una inauguración o al calor de unos alcoholes, se anima y promete escribir un artículo sobre un tema de su interés —a veces cumplen su palabra, hasta eso—. Tampoco faltan los temas abordados por revistas de ciencia e historia —de las cuales somos fieles seguidores—, los tweets, posts y newsletters de personas e instituciones divulgadoras del conocimiento y la cultura popular, y los hallazgos en librerías de viejo, la biblioteca familiar o las novedades editoriales.
Todos estos temas, una vez comentados y aprobados por la mesa, se anotan en una lista de temas por desarrollar, y aquéllos que destacan por su interés y viabilidad, se calendarizan escribiéndolos en unas hojas tamaño tabloide a las que se les llama «papelotes», en las que están programadas todas las secciones fijas —filas— y los números mensuales de Algarabía —columnas— con tres y hasta cuatro años por adelantado. Así que, como he dicho más de una vez, «¿Qué se nos acaben los temas? Es más fácil que los temas acaben con nosotros»…


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