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La chica del tren: Las vías torcidas

La literatura popular dirigida al público adulto suele decantarse por los temas mórbidos.

Las historias de psiques torcidas, fantasías subrepticias debajo de la blanca y pulcra carcaza de la sociedad occidental. Fenómenos literarios que han dado el salto a la pantalla como Perdida (2012) o 50 Sombras de Grey (2015), encumbrados por un público principalmente femenino, comparten precisamente esas fantasías mórbidas que se convierten en sublimado escapismo, todo en el afán de “entretenimiento” pero que se convierte en algo profundamente revelador.
Ahora el turno le corresponde a La chica del tren, basada en la novela de Paula Hawkins que nos presenta la historia de Rachel (Emily Blunt), una divorciada que pasa sus días en perpetuo estado etílico que un día se ve involucrada en el caso de una persona desaparecida, la joven Megan (Haley Bennett) –quien parece la stunt doble de Jennifer Lawrence–, lo cual tiene serias, peligrosas y eróticamente psicóticas consecuencias en su vida.
Colgándose del éxito y del prestigio que consiguió la gélidamente fina adaptación de Perdida hecha por David Fincher en el 2014, el cineasta Tate Taylor, quien había demostrado una buena mano con ensambles actorales en The Help (2011) y Ge ton Up (2014), trata de emular el tono y atmósfera de tal filme fracasando terriblemente en el intento.
Mientras que Perdida sería una película tipo HBO en horario estelar, La chica del tren estaría perdida en un canal local en sábado a las 3 de la tarde.
Con una estilo visual opaco y una edición más confusa que enigmática, Taylor trata de hilvanar un misterio que no termina de ser del todo sorpresivo y ni siquiera tan interesante, impactante o erótico como otros más logrados y memorables, sin embargo, persiste la mejor habilidad de Taylor como cineasta: lograr grandes interpretaciones, particularmente femeninas.
Como la desesperada y alcohólica Rachel, Emily Blunt, desprovista de su cargado acento británico, se convierte en una protagonista tridimensional en su desagradable terquedad y su patético escapismo y aunque por momentos el alcoholismo de su personaje roza niveles caricaturescos, pero que funcionan dentro del registro que tiene la cinta en general. También destacan Allison Janney y la siempre confiable Lisa Kudrow.
Logrando mantener el interés de la audiencia, a base de constantes brincos temporales e innecesarios y frecuentes giros de tuerca, el éxito literario de una novela como La chica del tren y su adaptación cinematográfica muestra una especie de torcido y mórbido feminismo, una fantasía que no se consuma dentro de una película que no se logra. Un tren que viaja de ida y vuelta sin llegar a su destino.

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