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Topónimos de América

Aunque el origen de los topónimos es ambiguo, por lo regular los nombres de los lugares se eligen en función de sus aspectos históricos, sociales y geográficos más relevantes, por lo que cada uno lleva consigo toda una historia.

—y algunos otros casos de «washawasheo» español—
Aunque el origen de los topónimos es ambiguo, por lo regular los nombres de los lugares se eligen en función de sus aspectos históricos, sociales y geográficos más relevantes, por lo que cada uno lleva consigo toda una historia. Desde esa perspectiva, ¿qué pasado esconden los nombres de algunas regiones de América?, ¿cuál habrá sido la experiencia de los conquistadores, al encontrarse, de este lado del mundo, con los topónimos propios de nuestros nativos?, ¿les habrían entendido?, y más aún, ¿cómo afectó la información que estos conquistadores traían consigo en la forma de comprenderlos?
No siempre el nombre propio de una persona debe tener un significado particular más allá que identificar al portador del nombre; sin embargo, el caso de los topónimos —del griego τόπος tópos, ‘lugar’ y ὄνομα, ónoma, ‘nombre’:
«nombre de un lugar»— es distinto. Éstos se atienden con otro enfoque, pues muchas veces explican ciertas características del espacio histórico, geográfico, cultural o social en el que se originaron.
Tal es el caso de Colorado —«de color rojo»— o Nevada —«cubierta de nieve»—, en los ee. uu. El conquistador Juan Ponce de León relata en sus crónicas que en abril de 1513, decidió nombrar La Florida a la tierra que había descubierto porque además de que la vegetación estaba en flor, la fecha coincidía con el Domingo de Resurrección, también llamado «Pascua Florida».
Otros nombres fueron copia de aquellos ya existentes en España y se reprodujeron en diversas regiones americanas, como León, Valladolid, Mérida o Guadalajara —castellanización del árabe وادي الحجارة, ‘wādi al-. hiŷara’, «río de piedras» o «valle fortificado»—, o Potosí —una toponimia que existe en México, Bolivia, Colombia, Nicaragua, Venezuela y los ee. uu.—, cuya primera aparición fue en una ciudad boliviana rica en plata. Se debate el origen de la palabra, pero se piensa que proviene de un término quechua.
Por otro lado, cuando los españoles llegaron a América, hicieron lo que la mayoría de las personas hacen cuando escuchan un idioma que les resulta extraño: trataron de adaptar los sonidos para volverlos familiares. Algunos nombres se enriquecieron también con las fantasías de las tierras descritas en textos de aventuras, crónicas de viajes e incluso novelas de caballería —y varios fueron los casos de encuentro con tierras míticas, que quedaron descritos en ellas—.
Un ejemplo emblemático es el de El Dorado, una supuesta ciudad andina hecha de oro; a pesar de que se llevaron a cabo expediciones durante dos siglos, nunca se encontró la mítica ciudad. Pero repasemos otros casos: California. En Las sergas de Esplandián (1510) de Garci Rodríguez de Montalvo, se narran las aventuras de Esplandián, hijo del Amadís de Gaula, quien en uno de sus viajes llega a una exótica isla habitada sólo por mujeres —al estilo de las amazonas, y en honor a quienes Francisco de Orellana nombró a la región sudamericana—, que usan a los hombres exclusivamente para fines reproductivos. La isla, llamada California, era gobernada por la reina Calafia, con quien Esplandián sostiene un accidentado romance. Tras su llegada a la península del norte de México, Fortún Jiménez se encontró con una tierra despoblada y desértica a la que, para burlarse del fracaso de la misión de Cortés, un escritor de la época, quizá Fernando de Alarcón, llamó California.

Cuernavaca. A lo largo de la historia se hicieron distintas interpretaciones sobre el nombre original de Cuernavaca, del náhuatl Cuauhnáhuac, «junto al bosque». Los cronistas de la Conquista llamaron a la ciudad de distintas formas: Hernán Cortés, Coadnabaced; Bernal Díaz del Castillo, Coadalbaca; Antonio de Solís, Cuautlavaca.
Yucatán. Bernal Díaz del Castillo escribe en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España que Yucatán debía su nombre a la yuca, cuya raíz era consumida por los habitantes de la península, y que el nombre original debió haber sido Yucatlalli; sin embargo, esta historia resulta poco plausible porque yuca es un término español.
Conoce más y más toponimias en Algarabía 97, con un Dossier dedicado al continente americano.

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