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El ballet Bolshói

La historia del teatro y la danza en Rusia es inagotable. Siglos de perseguir la perfección artística han hecho de esta tradición una de las más reconocidas en todo el mundo.

La historia del teatro y la danza en Rusia es inagotable. Siglos de perseguir la perfección artística han hecho de esta tradición una de las más reconocidas en todo el mundo.
Sin duda, uno de los íconos de la formación rusa es el Ballet Bolshói, también conocido como la Escuela de Ballet del Teatro Bolshói —Большой, bolshói, ‘grande’— y la Academia Estatal de Coreografía de Moscú. Esta institución tuvo sus orígenes en un orfanato fundado en 1763 por la emperatriz Catalina ii «la Grande».
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El 28 de marzo de 1776 Catalina otorgó al príncipe Piotr Urúsov un privilegio que le permitió crear una pequeña compañía de teatro, la cual se instaló en una propiedad del Conde Vorontsov en Moscú, pero no fue sino hasta 1780 que se inauguró el primer recinto del teatro, en la calle Petrovka. Luego de que éste sufriera un incendio en agosto de 1805, un nuevo inmueble se construyó sobre los restos del antiguo teatro, el cual fue inaugurado en 1825. Puesto que sus dimensiones eran mayores que las del anterior, recibió el calificativo de «grande» —bolshói—, pero en 1853 éste también volvió a incendiarse. La reconstrucción estuvo a cargo del arquitecto italorruso Alberto Cavos, y el Teatro Bolshói reabrió sus puertas el 20 de octubre de 1856, engalanando los festejos con motivo de la coronación del zar Alejandro ii.
Desde sus inicios, el Ballet Bolshói se fue consolidando como símbolo de la cultura y el Estado rusos. Ya en 1806 la Escuela de Teatro Petrovsky se reorganizó para convertirse en el Colegio Imperial de Teatro de Moscú, el cual se dedicó a la formación de artistas de ópera, ballet y teatro, y de músicos de la orquesta; y en 1911 éste se convirtió en la Escuela de Ballet de Moscú, precursora del Bolshói.
Entre las muchas obras icónicas que ha acogido y engrandecido están: Ruslán y Liudmila, de Mijaíl Glinka, La doncella de nieve, de Rimsky- Korsakov, y Espartaco, de Aram Khachaturian. Así, pese a los continuos avatares de los que han sido objeto, el recinto y la compañía de teatro del Bolshói han permeado con su legado artístico la rica cultura rusa.

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