adplus-dvertising

Las tarjetas de Navidad

Precisar el origen de las tarjetas de Navidad es tarea difícil. Por Francisco Javier Nuño Morales

Como sucede con tantos otros temas, son muchos los formados en la fila, sea para adjudicarse su verdadero origen, o bien, para desacreditar al que se lo haya atribuido. Pero en este texto tomaremos una actitud salomónica e intentaremos ser neutrales.

En primer lugar, tendríamos que diferenciar entre tres modalidades de felicitación navideña: la carta escrita, la impresa y la tarjeta navideña comercial.

Existen textos donde se menciona que, hacia 1450, en Alemania, ya se enviaban salutaciones impresas en vísperas de Año Nuevo, las cuales consistían en xilografías —es decir, impresiones hechas con planchas de madera grabada— que mostraban al Niño Jesús de pie en una embarcación tripulada por ángeles.

Las primeras tarjetas

Sin embargo, el primer antecedente claro es la costumbre que, desde inicios del siglo XIX, existía entre los estudiantes ingleses de enviar a sus hogares una felicitación por motivo de las festividades de fin de año —que engloban a la Navidad y al Año Nuevo—. Dichos mensajes eran propiamente cartas o textos breves, escritos sobre un papel o tarjeta que, en el caso de los estudiantes adinerados, solían ser hojas membretadas con sus rimbombantes y aristocráticos nombres grabados.


Esta costumbre pasó a los EE. UU., donde en un principio las tarjetas de felicitación eran entregadas personalmente; pero hacia 1822, comenzaron a enviarlas por correo.

La cantidad de envíos ocasionó tal saturación del sistema postal, que el superintendente de correos de la ciudad de Washington exigió la contratación inmediata de 16 carteros adicionales a su plantilla, e incluso presentó una solicitud formal ante el Congreso para que se limitara el envío de tarjetas, en la que argumentaba: «No sé qué vamos a hacer si esto continúa así».

Llegó a España

Es un hecho que, en 1831, los dueños del Diari de Barcelona —un periódico catalán cuyo director era en ese entonces Antoni Brusi I Ferrer— tuvieron la idea de imprimir una tarjeta con una décima de felicitación navideña, para que fuera entregada a los clientes por sus mismos repartidores. La idea de la tarjeta, además de la felicitación festiva, era que a los repartidores se les diera un aguinaldo, a modo de gratificación.

—También te interesará leer:  Un podcast con estrella, y estrellado

La tarjeta del Diari tuvo tanto éxito, que rápidamente fue copiada por otros periódicos españoles y se puso en boga también entre los carteros, gaseros, espiteros —encargado de encender las farolas públicas—, faroleros, las lecheras —mujer campesina que, tras ordeñar a sus animales, bajaba sosteniendo en la cabeza una cesta llena de jarrones de leche, por caminos y veredas que comunicaban al pueblo con la ciudad—, el sereno —persona encargada de vigilar las calles de los pueblos y de regular su iluminación en horario nocturno— y hasta los monaguillos.

Egley vs. Cole

Para algunos, la primera tarjeta navideña manufacturada en serie, fue creada por el inglés William Maw Egley, quien en 1842 grabó una escena en la que aparecían personas cenando y bailando, patinadores y pobres recibiendo regalos. Para otros, la primera tarjeta navideña comercial fue idea de Henry Cole, un prominente londinense que, entre otros muchos cargos, fue promotor de la Gran Exposición de 1851, director-fundador del Victoria and Albert Museum, y constructor del Albert Hall.

En 1843, atribulado ante la enorme cantidad de salutaciones escritas que por las pascuas navideñas tenía que preparar, escribir a mano y entregar, Cole decidió mandar a imprimir tarjetas con un mensaje y una ilustración alusivos a estas fechas, ahorrándose así la monserga de redactar cientos de mensajes personalizados.

Cole encargó el diseño de la tarjeta a John Callcott Horsley, un ilustrador de la Royal Academy quien, a su vez, pidió el grabado a John Thompson.

La famosa tarjeta —impresa a una tinta e iluminada a mano— fue diseñada como un tríptico cuya escena central era la de una familia departiendo en torno a una mesa entre abundante comida y bebida —como detalle peculiar, aparecía una niña bebiendo vino de una copa que su madre le acercaba a los labios—, y con la leyenda «A very merry Christmas and a Happy New year to you» —«Una muy agradable Navidad y un feliz Año Nuevo para usted»— escrito sobre un festón. En los lados del tríptico, había escenas de personas ricas vistiendo y alimentando a los pobres.

—También te interesará saber: ¿Por qué ponemos arbolito de Navidad?

Así como Cole fue muy felicitado por la idea de la tarjeta, también fue víctima de furiosos ataques por parte de puritanos que le reclamaban el incalificable hecho de mostrar a un niño bebiendo y «fomentando la corrupción moral de los niños».

Felicitaciones a la venta

En 1845 se inició «oficialmente» la costumbre de enviar tarjetas navideñas por correo, y fue W. C. Dobson —el pintor favorito de la reina Victoria— quien dio inicio a esta práctica. El envío de tarjetas se popularizó cuando la mismísima reina comenzó a enviarlas por miles.

Existían versiones de todo tipo: desde los diseños de Kate Greenaway —una escritora e ilustradora de libros infantiles inglesa— a base de pequeñas viñetas, hasta las litografías del reputado movimiento Arts and Crafts.

La notable reducción en los costos de impresión hizo que se pudieran comprar tarjetas por medio penique, y con esto la tarjeta navideña dejó de ser exclusiva de los ricos. Además, se volvió una costumbre que las familias añadieran su «toque personal», adornando las tarjetas con listones, recortes de tela, hojas secas, etcétera.

De Inglaterra, la moda de las tarjetas navideñas comerciales se extendió a Alemania y hacia los EE.UU gracias a Louis Prang, un emigrante alemán que llegó a territorio americano en 1850. En 1860, Thomas Nast, a quien podemos atribuir la prototípica imagen que hoy todos tenemos de Santa Claus —y no a Coca-Cola, como muchos afirman—, organizó la primera venta masiva de tarjetas de Navidad importadas de Alemania, en las que también aparecía impresa la frase «Feliz Navidad».

Para 1874, Louis Prang, que había establecido su negocio litográfico en Boston, decidió imprimir una colección de tarjetas de bajo costo, con la idea de exportarla a Inglaterra. El éxito fue tal, que al año siguiente imprimió un tiraje mucho mayor, destinado no sólo a su exportación, sino también a su venta dentro de los EE.UU.

Imágenes del recuerdo

Cuando se habla de la obra de Prang —a quien incluso se le llama «el padre de la tarjeta navideña estadounidense»— se hace referencia a que las jovencitas de esa época solían anotar en sus diarios la cantidad de «Prangs» que habían recibido.

Para 1893, el envío de tarjetas navideñas se incrementó aún más gracias a la modalidad Penny Post Card, que se enviaba como tarjetas postales con un costo fijo por envío. Lo anecdótico es que en 1890 Louis Prang se vio forzado a cerrar su negocio porque los estadounidenses prefirieron adquirir las tarjetas alemanas, que sólo costaban un penique.

Cada quien tiene una historia con las tarjetas navideñas y podrá guardar hacia éstas cierto cariño o absoluta indiferencia. En mi caso, la remembranza de las tarjetas es muy grata: mi madre escogiendo tarjetas y optando por tarjetas italianas clásicas que reproducían obras de arte sacro; a mi papá redactando y corrigiendo una y otra vez los textos con los que ponía al día a sus amigos.

Francisco Javier Nuño Morales —diseñador industrial egresado de la UAM Azcapotzalco— afirma que ya sin buñuelos, turrones, almendrados, huevitos de faltriquera y polvorones que elaboraban en «la Ocho» —la casa de sus abuelos paternos en Puebla—, ninguna Navidad puede serlo y que, dada esa irreparable ausencia, no puede estar sino de acuerdo con aquellos que sostienen que el sentido de la Navidad ya se perdió.

Compartir en:

Twitter
Facebook
LinkedIn
Email

Deja tu comentario

Suscríbete al Newsletter de la revista Algarabía para estar al tanto de las noticias y opiniones, además de la radio, TV, el cine y la tienda.

Las más leídas en Algarabía

Scroll to Top