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El Filósofo de Güémez

Aunque él no es el único que practica esta filosofía de razonamientos contundentes, verdades obvias, perogrulladas, este personaje es nuestro máximo referente.

La filosofía, literalmente «el amor a la sabiduría», existe, pues es característica humana intentar explicar el mundo y también justificarnos ante los demás.
La filosofía pasó de ser —en sus inicios— un tema poco comprensible y comprendido, a ser el pan nuestro de cada día. Los filósofos nos multiplicamos como hongos y los Pancho López, Pito Pérez, Armando Hoyos y un servidor —modestia aparte, algunos me llaman «el filósofo mexicano por excelencia»— entronizamos nuestros nombres junto a los de Kierkegaard, Schopenhauer, Hegel y De Beauvoir, entre otros.
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¿Qué importa que no sepamos qué es un axioma o un paradigma, ni la diferencia que hay entre la ontología, la deontología y la odontología? ¿Qué nos dicen el idealismo, el positivismo y el materialismo? Total, qué tanto es tantito. Todos necesitamos buscar la razón de 
tanta sin razón; sobre todo en un mundo globalifílico, globalifóbico
 y globalizado.
El Filósofo de Güémez ha sido leído por 50% de los políticos mexicanos; el resto no sabe leer.
Hemos vivido varios siglos de surrealismo político, económico y social que nos hicieron pertrecharnos con kilos y kilos de sabiduría popular. Hemos abrevado en las profundas aguas de la filosofía, y no sólo nosotros —el pueblo—, sino nuestra ilustre clase política —poco importa cuál sea su partido.
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Filosofía de a diario

Para vivir no se necesitan reglas ni instrucciones; nos lanzan a la vida —nuestros padres— así sin más, porque, pa’ que el barco flote… a fuerza tiene que estar en el agua y es que carro que no tiene gasolina no llega a ninguna parte.
Poco a poco crecemos y conocemos la realidad de la vida, la lucha por forjarnos un lugar en el mundo, aunque sea pequeño, y el que se chingó, se chingó, porque agua que no corre… es charco.
Nos damos cuenta de que si dos perros corretean una liebre y el de adelante no la alcanza, el de atrás menos, o sea que cuando dos montan a caballo, de seguro uno va atrás.
Debemos andar bien «buzos», porque se está muriendo mucha gente que no se había muerto antes y los que de jóvenes no se mueren… de viejos no se escapan.
Andamos como andamos, porque somos como somos y es que lo que está bien no está mal.
Nuestros padres dicen que a ellos no les enseñaron a vivir, que las cosas se aprenden sobre la marcha; que no hay recetas para una existencia feliz; que lo que pasa, pasa y lo que no, se atora; o que cuando hay, hay, y cuando no hay, pos’ no hay. Alguna vez también me dijeron: Cría cuervos… y tendrás muchos.
Recuerdo que cuando era chamaco, mi padre me daba muchos buenos consejos; me decía: «Cuando veas un pelao con cara de gente buena, ¡es bueno! Con cara de hijo de la chingada, ¡es hijo de la chingada! Y con cara de sinvergüenza, ¡¡no le prestes!!».
Era tan sabio el hombre, que creía que todo lo que sube tiende a bajar. Y así se quedaba, sentado, esperando que la canasta básica bajara de allá de donde estaba: por las nubes. Sí, no cabe duda, todo lo hondo es bien profundo.
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Y cuando llegó el momento de elegir profesión, ocupación u oficio, me dijo: «Puedes ser matemático, pero los matemáticos en México somos nones y no llegamos 
a tres. Puedes criar animales, pero recuerda la máxima: “El que tenga marranos sueltos, que los amarre y el que no, pos’ no”. Puedes ser diputado, no es gran arte, los candidatos a diputado son como los camarones… con uno que salga bueno, ya chingamos».
Decidí ser filósofo, como mi padre, pues entendí que los doctorados sirven únicamente pa’ cometer pendejadas más calificadas.
La gente no me conoce, nunca me ha visto; no sabe si existo de verdad o si soy una leyenda; sólo conoce mi origen: que nací en Güémez, villa agrícola y ganadera fundada en 1794, en Tamaulipas. Soy norteño y, por lo tanto, dicharachero, simpaticón, sencillote y claridoso… Bueno, eso es lo que parece, quizá en el fondo sólo busco crear una identidad alegre que oculte mi sensibilidad, mi inseguridad, mi sumisión y le dé un sentido a mi existencia.

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